Ternura es, lo que desprende cada uno de los poros de su pequeño y frágil cuerpo.
Ternura es, lo que siente un abuelo cuando con los bracitos al frente, ve venir hacia él ese cuerpecito con cara sonriente y rizos rubios en su pelo, para enroscarse con ellos en su cuello con la fuerza colosal del más limpio cariño.
Ternura es, ese algo quizás demasiado escondido durante tantos años de su vida, que despreciando el dictado de su corazón, ha dejado en el olvido, con la falsa creencia de caer en el tópico de ensamblar ese sentimiento al de la debilidad o la sensiblería.
Ternura es, comprobar que tantas cosas que ahora pasan por delante de nosotros, nos llevan a meditar en el significado de la entrega, en la pausa que comporta, que las pequeñas cosas se engrandezcan por el sólo hecho de prestarles la atención debida.
El sentir en lo más profundo de nuestro corazón rasgos de bondad, de interés por los problemas de los demás, de acercamiento a nuestros seres más queridos a los que sin darnos cuenta hemos ido olvidando dar ese gesto amable, esa palabra atenta o ese abrazo en el momento oportuno, para reafirmar nuestro cariño.
Llegar al otoño de nuestra vidas, nos provee de rasgos y funciones que no por haber dejado de exhibirlas, han perdido su vigencia, es como sacar de la vieja mochila que nos acompañó toda nuestra vida, el objeto más preciado que sin darnos cuenta teníamos olvidado, gracias hemos de dar por tener la suerte de haber sido elegidos entre los que aún contamos con el privilegio de poder hacer uso de ello.
Ver crecer una planta a la que hemos cuidado, ver aparecer la primera rosa del rosal en primavera, observar una puesta de sol, contemplar el vaivén de las olas, maravillarnos con la aparición de esa luna llena que ilumina la noche, contar con amigos que comulgan con tus mismos principios, adentrarse en los recuerdos de la infancia, compartir cada día con la fiel compañera que supo soportar aquellos olvidos y que hoy quedamente perdona y asiente en el disfrute sencillo del calor del hogar que nos cobija, y miles de detalles que se desarrollan en nuestro entorno, componen y amalgaman el amplio espectro de nuestros sentimientos para hacer posible desear vivir, aún más, el ciclo de nuestra existencia.
El recorrido de los tiempos, acompasa y desacelera el ritmo de nuestras actividades, y gracias a ello, y no por su causa, nos podemos conocer a nosotros mismos con mayor autenticidad y sin pecar de banalidades o influencias externas que otrora pudieron condicionarnos.
Qué dulce sensación estar sentado ante un simple espectáculo fuere en el medio que fuere, y dejar derramar una lágrima cuando el corazón se encoge y la garganta te produce un nudo imposible de superar sin que los ojos descarguen su fluida sustancia!, Qué sensación tan gratificante de paz y sosiego si podemos hacerlo olvidando por completo aquel sentido del ridículo que tantos años llevamos cosido en nuestra alma!
Sentir esa criatura que nos invita a aflorar en definitiva todo ese equipaje hasta ahora oculto, nos prepara para aprender su nuevo lenguaje, nos incita a dulcificar nuestra vida, a ser pacientes, a amar la vida por ella misma, a desear compartir sus juegos y a saber disfrutar cada momento, para no perder ni un sólo minuto de la maravillosa evolución constante y agilísima del proceso inicial de su vida, es como la redención por lo que dejamos pasar de atención en la evolución y crecimiento de nuestros propios hijos, es como si Dios quisiera regalarnos una oportunidad más, para entender el don que pone cada día a nuestro alcance con el fin de mostrarnos su grandeza y esplendor.
Por todo ello, no he podido encontrar en mi criterio mejor palabra para resumir esas sensaciones que la palabra TERNURA. Disfrutemos de ella y de su significado, que nos hará más humanos y nos proveerá de una mayor capacidad de intentar ser feliz el tiempo que podamos disponer de la vida.
EL BARDO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario