Picota de Presencio

Picota de Presencio

martes, 22 de mayo de 2012

UNA TÓRTOLA LLAMADA "THOMAS"


Un enorme y altísimo eucalipto era lo que servía de torre vigía a la tórtolita que día tras día, espiaba impertérrita los vaivenes constante de nuestro perro labrador "Napi", alrededor del plato donde cada mañana depositában su comida.
Un solo instante de ausencia era suficiente para que ella desplegara sus alas, se posase sobre el recipiente, colmase sus apetencias y bebiese en su bol. Todo ello se desarrollaba en contados instantes, el fino olfato de "Napi", no tardaba mucho en detectarlo y sigilosamente al principio y con gran estruendo de ladridos después, daba muestras de enojo al ver su orgullo mancillado por aquel intruso volador, lo peor era que esa operación se repetía con machacona rutina diaria.

"Napi", era grandote, noble-como corresponde a su raza-,cariñoso y dulce, al que Carlos y Javier, de 8 y 7 años respectivamente, habían bautizado desde que llegó a su casa siendo un cachorrillo con el nombre de "Napoleón", no sé con qué recuerdo de algún personaje quizás de dibujo animado, pero Vivi de 4 años, la "princesita" de la familia, lo simplificó y le llamó "Napi", imponiéndose sin oposición de nadie y demostrando haber aprendido la primera lección práctica de dominio, que como mujer debería ejercer en adelante.

Dióse el caso, que un día, al volver los niños de colegio, "Napi", que era capaz de soportar toda clase de cariños, empujones, abrazos e incluso travesuras y pequeñas maldades que ellos le infrigieran, - reservaba todo su enojo y severidad para esa tórtola ladrona-, salió apresuradamente al abrirse la puerta de la casa, para corretear por el campo de enfrente, ellos sin darse cuenta la cerraron dejándolo fuera. Esto motivó que la sagaz vigilante, de inmediato y con tremenda osadía, diligentemente se posara tranquila sobre su acostumbrado sustento, sabedora de la impunidad de su acción, ya que no estaba su "enemigo", y propietario.

Fué Javier el primero en notarlo, en silencio corrió a comunicarselo a Carlos y Vivi y los tres atrincherados en la cocina y mirando a través de la ventana, observaron como la intrusa  se desenvolvía con una frescura y atrevimiento imponente.

Como quiera que la hora no coincidía con el aprovisionamiento diario , el platito apenas contenía unos restillos de comida, el asalto no resultaba del todo satisfactorio. Se contoneó mojó sus patitas en el recipiente del agua y con el mayor descaro se enseñoreó sobre el lugar usurpado.

Ellos comtemplaban admirados los movimientos de la tórtola y al notar que no quedaba comida tomaron un trozo de pan que había sobre la mesa, desmenuzaron migas y con sumo cuidado lo lanzaron cerca de ella, que reaccionó con un intento de elevar el vuelo, pero al no apreciar presencia alguna, concentró su atención en la comida que se le ofrecía e inició con soltura y alegría, la ceremonia de dar buena cuenta del magnifico banquete que tenía ante sí.

Cavilaron ellos en lo sucedido y cayeron en la cuenta de la ausencia de "Napi", así que fueron hacia la puerta- allí estaba él esperando- le dejaron pasar y se precipitó corriendo sobre la tórtola, pero ésta a costumbrada ya a ese juego, voló rápidamente dejando una vez más desairado al noble perro; el encanto de la escena anterior se había esfumado en un momento.

Al día siguiente probaron a repetir la acción, esta vez dejaron fuera a "Napi" expresamente, ocupando su lugar de observación tras la ventana, ella no tardó en aparecer de nuevo consciente de la ausencia del molesto inquisidor. Sin recato alguno, se posó en suelo, miró a uno y otro sitio, vió el plato vacío y se mantuvo estoicamente esperando su posible regalo.
Ellos esta vez ya se habían aprovisionado de las migas saliendo fuera para colocarse relativamente cerca de ella, desde allí le fueron dando la comida, para nada se sintió intimidada, aguantó su presencia y aquel gesto fué el inicio del pacto tácito de reencuentro diario entre ellos.

A partir de aquella tarde cada uno de los integrantes del grupo aceptó su rol. "Napi", se quedaba fuera, saludaba con saltos y lametones a los niños, estos le acariciaban efusivamente y mientras él procedía a su corretear libre, ellos acudía a la cita con ella.

Marivi, la madre de ellos, conocedora de lo sucedido empezó a colaborar también, ya les tenía preparada la ración para la tórtola, cuando entraban en tromba precipitándose en la cocina. Esta vez las migas tenían un atractivo añadido, estaban mojadas en leche. Se apresuraron a salir con su ofrecimiento y como no la vieran de momento, la llamaron diciendo ¡toma!, ¡toma!, ¡ven!, no pasó mucho tiempo sin que acudiera, su descaro cada vez se hacía más patente, comía en sus manos, se posaba en sus hombros, en sus cabezas, e incluso empezó a hacerse la remolona intentando quedarse allí, donde era tan bien atendida y cuidada.

En una ocasión la costumbre y el deseo ferviente del encuentro, hizo que olvidaran de cerrar la puerta dejando fuera a "Napi", por lo que éste pudo llegar antes de que ellos le permitiera su regreso, sin que lo advirtiesen, así que se presentó de improviso estando ella todavía con Carlos, Javier y Vivi, formándose un pequeño revuelo con los gruñidos del celoso "propietario" de su
sitio. La tórtola de nuevo elevó el vuelo, y parecía que "Napi" empezaba a admitir la presencia de la que hasta ese momento era su "rival".

Otra vez Vivi, que oía decir a sus hermanos ¡Toma!, ¡Toma!, pensó que era ese su nombre y así la bautizaron, en adelante se llamaría "Thomas".

Su persistencia por estar cada vez más tiempo en la casa, su insolencia se fué agudizando de tal manera que un día osó meterse dentro, voló por el salón, enfiló el pasillo que comunicaba con la zona de los dormitorios y tan campante se alojó sobre el antiguo armario de los padres.

Marivi al principio no reparó en ello, pero no tardó en notar que algo extraño sucedía, al descubrir resíduos escatológicos en el suelo y sobre el armario, siendo su sorpresa mayúscula al ver tan pancha a "Thomas", mirándola desafiante desde arriba, así que se armó de un trapo de la cocina y sacudió a la impertinente "ocupa", que salió tarifando y se colocó de nuevo en su eucalipto.

A partir de ahí se declaró la guerra abierta entre una y otra, que derivó en una persecución diaria de la tórtola que no cejaba en su empeño y Marivi que se oponía con todas sus fuerzas.

Cuando llegaron los niños y se enteraron de los hechos se mostraron encantados, les pareció muy divertido, trataron de convencer a su madre para que le permitiera su entrada pero ella no accedió bajo ningún concepto, por lo que a hurtadillas colocaban algo de comida sobre el armario para fomentar aún mas la lucha abierta.

Al salir por las mañanas, para dirigirse a la parada del autobús del colegio, se proveían de algo goloso para "Thomas", que siempre atenta descendía presta y les seguía caminando a la vez que comía lo que ellos le ofrecían. El uso se hizo costumbre y todos los críos del autobús se agolpaban sobre las ventanillas para saludarla cuando aparecían por la esquina Carlos y Javier. 
Cuando subían, elevaba el vuelo y regresaba por la tarde a esperarlos, no sin antes intentar el ingreso de nuevo en la casa donde su madre previsora cerraba puertas y ventanas para impedirlo.

La porfía se hacía cada vez más insoportable, se transformó en una auténtica pesadilla porque la capacidad de deposición de aquella criatura parecía imposible para un animalito tan pequeño. Para desgracia de Marivi y la jovencita "Cari"-la chica que ayudaba a Marivi en las tareas domésticas- la proliferación de sus heces adquiría una velocidad superior a la que ellas podían desarrolar en su tarea de eliminarlas.

La situación se hacía un tanto insostenible pero sin embargo, el proceso de la espera de "Thomas" sobre el árbol  cercano a la parada, su descenso a la llegada y el ritual del caminar unidos hasta la casa no se interrumpió, la mera observación del pintoresco grupo hacía sonreir cuando menos a todos los que lo veían, la elegancia del vuelo de aquélla se tornaba en ritmo anacrónico en su deambular por el camino junto al grupo.

Fueron meses de esa singular peregrinación, hasta "Napi", pareción aceptar su presencia y ya apenas la incomodaba, la pícara iba ganando la partida.

Pero una tarde, al bajar del autobús no estaba ella esperando, se quedaron un ratito mirando hacia el árbol donde normalmente se posaba y continuaba sin aparecer. La tristeza empezó a aflorar en el rostro de Carlos y Javier,no tanto en Marivi que creyó haberse librado de su pesadilla, afloraron distintas conjeturas: se había marchado, se había cansado de ellos, se había "echado novia",.... sin embargo nada disminuía su desconsuelo.

La noche se hizo larguísima para ellos, estaban anhelantes por ver llegar el día y con él su ansiado regreso, pero la angustia siguió estando presente porque ella no acudió a su "eterna" cita.
Todos sus amiguitos compartieron con ellos su tristeza, y por más que la madre trató de consolarlos se fueron tristes y cabizbajos.

Regresó Marivi haciendo el camino sola, y al llegar a la casa abrió la puerta llamando a "Napi" para que entrase con ella, pero como no venía cerró la puerta tras sí, pensando que ya le ladraría cuando volviese pidiendo le abriese la puerta. Así ocurrió al cabo de un rato, pero sus ladridos eran desesperados e insistentes, casi irritantes, acudió ella con cierto enfado por la forma inusual de su comportamiento, y cuando se disponia a reñirle notó con angustia que "Napi" portaba en su boca a "Thomas", en principio creyó que la había mordido y quiso hasta pegarle con el corazón encogido por la tragedia que suponía, pero "Napi", con las orejas gachas y mirada sumisa, la depositó con suma delicadeza en el suelo, y cuando ella la recogió vió con asombro que la herida en la patita no era por causa del fiel amigo, traía presa en ella una trampa que se había cerrado sobre su extremidad y le impedía moverse. "Napi" no la había atacado, por el contrario, la había rescatado de su prisión para solicitar la ayuda de su ama. La reacción fué de una ternura difícil de relatar, el gesto tan noble de un animal para con el otro, alcanzaba una grandeza tan grande que es casi imposible de valorar en seres ¿irracionales?.

Con sumo cuidado liberó a "Thomas" de su calvario, retiró aquella terrible presa de su patita, la curo con esmero y olvidando antiguas cuitas, la depositó sobre un mullido cojín en el que ella con los ojitos cerrados, dormitó no sin antes enviar una mirada de agradecimiento a la persona que le había prestado su ayuda.

Así se mantuvo hasta llegar la tarde, a la hora en que normalmente ella acudía a la espera de sus amigos, se mostró algo alterada, Marivi quiso entender que su deseo era ir de nuevo a esperarles y accedió a sus deseos, portándola con ella en sus brazos hasta la parada.

Cuando llegó el autobús ella enseguida se los mostró, las caras de todos se iluminaron, gritaron de alegría y tanto Carlos como Javier corrieron entusiamados a verla, ¡Había vuelto!.
Durante el corto trayecto hasta la casa la madre les contó lo sucedido, y ellos entre triste por el suceso y henchidos de gozo por su regreso, corrieron hacia "Napi", que orgulloso movía la cola presto a recibir el premio de las caricias por su heróico proceder.

Nunca creyeron ser más felices en todos los día de su corta vida. Al llegar a casa se abrazaron con Vivi que ya se había enterado de todo, y gozaron del reencuentro.

"Thomas" habitó con ellos el resto de su vida.

EL BARDO. 

TRISTE Y SOLO Y CON EL CULO AL SOL



Buenos días paisano.- Saludé a un Sr. de edad indefinida pero con aspecto joven.
¡Hola Sr.! ¿Haciendo ejercicio para jubilados? –me preguntó él, sin moverse ni volver la cara.
¿Cómo le va hoy? ¿Ha venido alguien a visitarle?. Le pregunté.
¡Oh! No. Llevo días que nadie viene a verme y, si alguien pasa por aquí, pasa de largo sin mirarme.
Ahora le han abierto más la puerta de acceso al puerto; se supone que pasan más personas.
Bien dice Vd. Se supone. Los que pasan para el puerto cruzan por el paso de cebra y ni me miran. Me contestó el paisano.
¿Algún forastero vendrá a fotografiarse con Vd., como recuerdo de su estancia en esta ciudad?
Me tiro meses sin que nadie me haga una fotografía. –Me respondió.
Ud. Es un símbolo de esta ciudad.
Eso dicen. En todas las ciudades del mundo colocan sus símbolos característicos en lugares estratégicos, donde todo forastero lo vea. Pero… es aquí donde el Ayuntamiento decidió colocarme: tras este muro, que me impide ver la Plaza de la Marina. Por eso estoy erguido, con la cara levantada y el sombreo me cae hacia atrás. A veces, siento envidia de mi contemporáneo que se encuentra sentado al otro lado de la plaza; con quien muchas personas se sienta a dialogar y hacer fotografías. Llevándose como único recuerdo típico de su estancia en esta ciudad. Sin embargo, los tres representantes de Málaga, mis amigo el Verdiales, el Biznaguero y yo nos encontramos en lugares de poco transito, donde pocas gentes nos miran y menos visitan. Y para colmo, tengo el sol a mi espalda que en las cámaras fotográficas les producen contraluz.
¿En que lugar cree Vd. que estaría mejor y no estorbara a las múltiples tribunas de Semana Santa?
Yo creo que la entrada a calle Larios, en la plaza de Félix Sáenz, Plaza de la Constitución, Plazas del Carbón, del Siglo, etc. Hay muchos sitios por los que pasean turistas y forasteros que puedan llevarse una fotografía nuestra.
¡Aquí estás más tranquilo! –Le dije.
No. Me gusta el contacto con mi gente. Recordarles tiempos pasados. Cuando en las playas sacaban el copo y las jábegas cruzaban la bahía. El biznaguero inundaba las calles con olor a jazmín. Los Verdiales, que trasmitían música de fiesta a esos montes que abrigan nuestra ciudad con sus panderetas, violines, platillos, guitarras y el colorido de sus sombreros llenos de flores.
Eres un romántico. Le contesté.
Si. Soy romántico, porque viví el romanticismo. La época en todo era natural. No había contaminación en el aire, el sol limpio y las olas de espuma blanca resbalaban sobre aguas transparente. Donde abundaban los chanquetes, boquerones, coquinas, almejas…
Ese tiempo ya pasó. Le dije yo.
Por eso me encuentro aquí, para recordar lo que fue mi ciudad. Ahora están mis cenachos vacíos, sin las barritas de plata que reflejaban su brillo en mi cara.
¿Qué puedo hacer por ti?- Le pregunté.
Pídale a nuestro Ayuntamiento que libere mis pies de este bloque de mármol, que impide acercarme a mis paisanos y forasteros. Pregonando: “Niñas, llevo boquerones de plata, chanquete, almejas y coquinas frescas; recién sacados de la playa de la Malagueta”. “A reá la pechá”
Lo intentaré. Amigo Cenachero.
Adiós, Sr. No deje de venir a hacerme compañía. Estoy muy solo en este rincón donde pocas personas pasan.
Amador