Picota de Presencio

Picota de Presencio

domingo, 31 de enero de 2010

EL NÚMERO DE DOS DÍGITOS

Es el número del momento. Nunca dos dígitos puestos uno al lado del otro han creado tanta controversia. Representan unidos el límite o el final, según se vean: límite para frenar o final para afanar.
Existen muchas clases de números, que sin duda estos gaznápiros ni han oído hablar de ellos. Éste del momento quiere expresar simplemente límite, meta, final sin que entre el uno y el sesenta y siete compute circunstancia intermedia. No es huella digital homogénea que identifique individualizando, simplemente representa el límite de las casi infinitas series de progresiones aritméticas de bases heterogéneas y que de razón uno se van formando con la vida biológica y laboral de cada quisqui. Es para ellos el equívoco guarismo que expresa donde ha de acabar tu segura aportación a la sociedad y a partir de ese final, debe comenzar tu insegura dependencia de la misma. Todo ello, ni más ni menos, bajo el improbable supuesto de que todos puedan aportar antes del gong final de manera homogénea la misma proporcionalidad.
Éste 67 , al que el político universal ha calificado como racional cuando en realidad es incongruente, es en realidad el décimo noveno número primo, ya que es solamente divisible por uno y por sí mismo, además de ser el número atómico –maldita palabra ésta- del holmio y por supuesto no es un número amigo, pero siendo atómico no es mágico y por lo tanto no da estabilidad. Por ende es sordo y nada sólido.
Es cuando menos sorprendente que el perfecto número 6 (símbolo, según San Ambrosio, de la armonía perfecta) seguido del cuarto número primo 7 (suma a su vez del 3 y del 4, de lo terrenal más lo celestial) venga a representar la expresión tautológica de la inutilidad, la crisis, el paro, la miseria…
No han querido llegar a setenta, que seguro que lo han pensado, ni parase en sesenta y nueve que es número mucho más romántico. Han aparcado a la jubilación en un número que igual puede nominar a una línea de autobús, que a un mítico modelo de coche como el mustang 67 o el mojón de una carretera. Todo es impensado, sin lógica, retórico e, insisto, inútil.
Miklos

viernes, 8 de enero de 2010

LA INTOLERANCIA Y LOS VALORES HUMANOS



En los años comprendidos entre los setenta y cinco y ochenta del siglo pasado, vivía yo en Torre del Mar. En algún momento que no puedo precisar, en los bajos de mi edificio de cuatro plantas, pequeño y recoleto, un señor desconocido inauguró una academia de dibujo y pintura. Eran tiempos de esperanza y futuro, para nuestra sociedad: la libertad y la cultura disfrutaban en aquellas fechas, de un prometedor futuro.
Uno de mis hijos que en aquellas fechas tenía una edad cercana a los nueve años, ante la novedad, me solicitó matricularse en la academia, para aprender a dibujar y pintar. Accedí a la propuesta y mi hijo comenzó sus clases, con el vecino del local comercial. Poco a poco personas con inquietudes se fueron acercando al lugar, hasta componer un nutrido grupo de alumnos. Las clase eran muy fructíferas y todos estaban muy contentos.
Con la normalidad de la buena vecindada y dado el caso de que mi hijo frecuentaba la academia, establecí contactos con el profesor, cuyo trato era muy interesante y ameno.
De nuestros contactos surgió una amistad que se concretó en frecuentes charlas que mantuvimos durante cierto tiempo, a la puerta de su local, ya que las obligaciones de ambos nos forzaban a que fueran muy breves. No obstante su trato afable y amistoso resultaba muy agradable y enriquecedor. Su larga experiencia en la vida le permitía contar anécdotas interesantes de su vida.
De él conocí que era un exilado de la República, que había huido a Francia. Que logró salir adelante en su destierro, gracias a muchos esfuerzos y penurias. Después de mucho tiempo, los años, y la añoranza le habían devuelto a Andalucía, la tierra de su esposa, él era de origen catalán.
De sus conversaciones deduje que era un hombre, con grandes heridas en el corazón, mas en su trato, jamás noté el más mínimo indicio de rencor.
Después de su huída, en Francia fijó su domicilio en París, donde se ganó la vida con su profesión de pintor y profesor de dibujo. En París vivía en un modesto barrio obrero, en una casa con tres viviendas, en la que por casualidades de la vida, en la planta baja vivía un judío, en la segunda el pintor, y en la tercera un dirigente obrero, del Partido Comunista francés. Las relaciones entre los tres vecinos eran cordiales, hasta tal punto, que una amistad fraternal se estableció entre todos.
La anécdota que me contó y que relato a continuación, surgió de la relación que mantenían los tres vecinos.
En Navidad el pintor organizaba la cena de Nochebuena y la comida de Navidad y los otros le acompañaban con sus familias. En dichas celebraciones se cantaban villancicos, y se rezaba. Los vecinos les acompañaban con sincera amistad. Llegada la Pascua Judía, el hebreo celebraba sus fiestas e invitaba a sus vecinos, a comer el cordero tradicional. En la celebración los vecinos acompañaban a su anfitrión a la comida y entonaban los cánticos de su religión. Por último el uno de mayo el dirigente obrero invitaba a sus amigos a las celebraciones de su fiesta y todos cantaban la Internacional.
La lección que aprendí nunca la olvidaré. Por encima de las ideologías, creencias y los intereses personales, están las relaciones humanas y la tolerancia.
En los momentos actuales vivimos unas circunstancias, en los que la intolerancia se ha adueñado de nuestra sociedad. Éste problema, nos afecta a casi la totalidad de nosotros, por uno u oto motivo.
Nuestra civilización es lo suficientemente madura, para intelectualmente reaccionar contra la intolerancia; un análisis sereno nos orientará en donde se ubica las raíces del problema. Por otro lado nuestras almas, reúnen la fuerza y los medios suficientes para erradicar los problemas, con los recursos, que dispone nuestra sociedad actual. Por todo lo expuesto invito a los lectores que condenen a la "intolerancia" a la picota y la tengan en ella, por una eternidad. De esa forma la paz del espíritu entrará en nuestros corazones, y los problemas que siempre existirán podrán ser abordados con más eficacia.
Herodoto