Picota de Presencio

Picota de Presencio

miércoles, 23 de febrero de 2011

EL PÁLPITO

(Autor:  FRANCISCO GONZALEZ  JAEN)                                     

Aquella mañana de domingo me desperté de forma agitada, con un repullo  y  la sensación extraña  de  que debía hacer algo que desconocía en ese  momento. Miré el despertador y al comprobar que era  la  7 y 10 a.m. decidí seguir en la cama, intentando conciliar nuevamente el sueño. Tras varias vueltas en la misma  en situación de “duerme-vela” incómoda y algún que otro ronquido, me levanté.
         Salí a la terraza  para  averiguar cómo estaba el día, quedando sensibilizado  ante ese maravilloso  espectáculo  de la salida del sol, la alborada, majestuosa, con sus rayos de  oro molido puro y reluciente, atravesando  el manto grisáceo del firmamento que, aparte de darme luz y calidez, presagiaba acontecimientos positivos y agradables.
         Mientras desayunaba, recibiendo en mi pituitaria ese agradable aroma del café recién hecho, seguía con esa insistente sensación que continuó durante el  aseo y afeitado. Fue entonces, mirándome al espejo, cuando comprendí que lo que sentía o mejor dicho “sufría”   era... un  “pálpito”, es decir, una corazonada, un... “¡qué se yo!” o un...¡ yo qué se!,  que abriéndose paso por el subsconsciente intentaba llevar la información  hasta el  cerebro, martilleándolo una y otra vez,  a ver si me enteraba de una puñetera vez de su significado.
         Llegué a pensar:  ¿Será saborear algo “dulce y delicado”como un “Ferrero Rocher” o un “Mon Cheri”, servido por Damián...? pero ¡no!... , ¡no! .., no era eso, debía ser otra cosa que no conseguía  captar. Tras darle muchas vueltas al asunto y como si una enorme e intensa luz se encendiera en mi “sesera”, capté que lo que todo mi ser pedía era... IR AL RASTRO. ¡Toma del frasco, Carrasco!.
         He de reconocer que  tanto “martilléo cerebral”  estuvo a punto de dejarme tonto o con alguna tara irreversible, no teniendo, por el momento y gracias a Dios, ninguna constancia de que me haya dejado secuelas.
Evidentemente, una vez asumido el pálpito y asimilado el significado, decidí ir al rastro de Martiricos,  el más antiguo y popular. Para ello, elegí un atuendo acorde con el lugar: camisa de franela a cuadros algo ajada, vaqueros, tenis corrientes y jersey boludo, es decir, con bolillas en la lana, justo lo preciso para aparentar ser pobre que no indigente.
Antes de dirigirme al lugar, fui a comprar el periódico y cerca del puesto me encontré con un viejo amigo, psiquiatra. Tras lo saludos de rigor: cuánto tiempo... cómo estás... la familia bien y que bien te veo (???), lo invité a tomar café y aproveché el momento para hablarle de mi pálpito.
El se acomodó en el sillón, cruzó las piernas y con cara de “erudito guillao”, comenzó su disertación:
- Ese es un tema de complicaciones imprevistas, dependiente de varios factores, pero directamente relacionado con el grado de minusvalía individual.
         Aquel razonamiento inicial me cogió por sorpresa... ¿qué minusvalía tengo yo?. Llevando la inspección hasta su últimas consecuencias comprendí que “alguna”, aunque “leve”....., ¡la había!.  Seguí escuchando.
 - En la Historia de la Humanidad existen casos semejantes sin que sean iguales. Te pongo como ejemplo a Miguel de Cervantes. Este hombre se fue a la guerra por “cuatro chavos” y después de mucho sufrir y pelear, volvió “sin un duro” y manco, teniendo encima que soportar,  por donde fuese, que lo señalaran de forma despectiva:
- ¡Mira, ese es el Manco!... ¡sí, mujer!.... ¡el de Lepanto!.
Evidentemente tenía que coger unos cabreos imponentes  preguntándose y con razón:
- ¿ A qué viene esa popularidad tan negativa?. ¡Coño!.. ¿ Es que he sido el único manco de esa guerra?.
El tío siguió como si estuviera dando una conferencia en el “Siglo XXI”:
- Pues bien, este personaje sufrió un intenso y prolongado pálpito que le duró 20 años y cuya consecuencia fue, finalmente,  El Quijote. ¿Lo has leido?.
- Un montón de veces - le contesté- en mi etapa de los Maristas. Diariamente teníamos que leer un capítulo y así durante años.
- ¿Y qué te pareció?.
Le di mi impresión:
-  ¡Pues mira!..., durante las diez primeras lecturas lo odié así como a los profesores, después fuí aceptando al personaje “ido” pero sin meterme en muchas profundidades, porque llegué a pensar que al final me íba a “idar” yo.
         Moviendo enérgicamente la cabeza de arriba a abajo  en señal de ratificación y asentimiento, me dijo, con énfasis:
- Querido Paco, has dado en “pleno bebe”. Cervantes escribió El Quijote como obra diabólica con el propósito exclusivo  de “joder a los demás”, porque sinceramente.... ¿quién es capaz de leer “voluntariamente” más de diez veces ese libro?. ¡Nadie ! Y esa fase inicial, como bien decías, es la que genera odio y resentimiento hacia los que te obligaron a leerlo y si, en un arranque de masoquismo supremo, lo lees más veces, acabas en el manicomio. Lo que te digo, amigo.... El Quijote fue la consecuencia de un “pálpito con muy mala leche”.
         La verdad, sus razonamientos, aunque quizás correctos para él, me parecieron bastante  exagerados y extremistas. Sin embargo, al fin y al cabo era el análisis de un “experto” aunque todavía más guilláo de lo que inicialmente lo había catalogado.
Entusiasmado por el cariz de la conversación y su protagonismo, siguió diciendo:
- ¿ Y qué me dices de Beethoven ?.
         Me “arrebujé” inquieto en la silla diciéndome:  ¡Madre mía de mi vida!. ¿En dónde me he metido yo, si esto parece la sala 21 del Hospital Civil ?. Aún así y como no tenía otro remedio, seguí escuchando.
- Cada vez que tenía un pálpito componía una sinfonía. ¿Conoces su música ?.
Con mucha paciencia, le contesté nuevamente:
- ¡Pues sí!...  y aunque no me considero un entendido, su música me gusta, me estimula  y me llega.
         Tranquilo y reposado,  hizo un inciso, tomó un “buche” de café que ya estaría helado, y tamborileando los dedos de la mano derecha sobre la mesa, me dijo de forma tajante:
- ¡ Beethoven es la “antimúsica” porque en su iracundia, sólo hizo música para sordos y a los que no lo eran los ha hecho ya !. Compuso música con los "ojos del cuerpo".
ntentando mantener una dialéctica razonada y positiva, le pregunté:
- Si  hablas con tanto conocimiento... ¿puedo interpretar que también eres sordo?. Yo, por el momento, no lo soy y lo he escuchado muchísimo.
         Este hombre seguía en lo suyo y sin  escucharme (¿Sordera  “auditiva” o Diarrea “mental”?) siguió su línea argumental:
- ¿Tú no  crees que el acoplamiento de instrumentos musicales como la “tuba”, de música “gorda”, con el “pífano”, cuyo agudo sonido  atraviesa el tímpano y su asociación a timbáles, platillos y trompetas no está previsto para que lo oigan no sólo los sordos sino hasta los muertos?.  Te reto a que pongas un CD con la Quinta Sinfonía a  “media pastilla” y de repente le quites el volumen... tu tímpano va a seguir vibrando y con “retortero” por lo menos durante diez minutos más. ¿Es gana de fastidiar o no ?. Sospecho (gesto de profunda autosuficiencia) que  su Himno de la Alegría lo compuso como “trofeo personal” por el aumento significativo de  perforaciones timpánicas y sorderas conseguidas. ¡Para mí que el pálpito del sordo es el más jodido!.
Ante este comentario tan dogmático me sublevé,  replicándole:
- Creo que eres injusto en tus aseveraciones. Beethoven era sordo y compuso la música de “un sordo”, la suya, la que sentía en su interior.
         Comprendiendo (es un decir) que no conseguía convencerme, se inclinó ligeramente, puso  sus manos en las mejillas para concentrarse mejor  y dando muestras de impaciencia, me dijo:
- Te voy a poner un ejemplo paradigmático.... el del Maestro Rodrigo: Pálpito intenso y ... Concierto de Aranjuez. ¡Todo en uno!.
Antes de que me lo preguntara y sabiendo que lo íba a hacer, me adelanté:
- Lo he oído muchas veces con atención y no solamente me ha gustado sino que me ha fascinado, sensibilizado y estimulado mis mejores sentimientos.
Rápidamente me respondió:
- ¡Estámos...!. ¿Y  te has preguntado porqué?. Porque lo escribió con los “ojos del alma”, pero...  ( ¡ El “pero” me aterrorizó!)  aunque no lo creas también tiene “gato encerrado”. Observa como el “punteado”, bonito por cierto,  lo compuso en escala aguda y  tono muy bajo para favorecer a los “hiper-auditivos”, cualidad  frecuentemente  asociada a los ciegos. ¡Lo que te digo, Paco!
Le contesté, o mejor dicho, le espeté  (con posible “espurreado salivar”) en plena cara:
- ¿Qué quieres, tío, que además de ciego fuera también sordo?.
En ese instante y mirando hacia un lugar determinado, saludó con  la mano a un señor que pasaba por allí, despidiéndose de mi:
- Bueno, Paco, espero haberte sido de alguna ayuda.(???).  ¡Hasta otro día!.
Cuando llevaba unos metros andados, volvió la cabeza, insistiendo:
- ¡Ah...y  cuídate mucho! ..., porque es posible que si has leído El Quijote y te gusta la música de  Beethoven y de Rodrigo, tu pálpito puede tener la mala leche concentrada del manco, del sordo y del ciego!. ¡Ténlo presente! Y se fue definitivamente y espero no volver a verlo jamás.
Me quedé en la cafetería unos minutos más, reflexionando sobre estos “intelectuales de pacotilla”,  de mentes maliciosas, enanas y planas, que sistemáticamente niegan los méritos de los demás en base a la convicción de sus pocos méritos propios.
Y aunque en un principio pensé, siguiendo el refranero: ¡Tó er mundo es güeno! Después lo maticé diciéndome: ¡Hay gente pa tó!

NOTA: Todo lo expuesto es fruto de mi imaginación por lo que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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