El
título corresponde a un magnífico libro, posiblemente leído por muchos de
vosotros, escrito por el eminente psiquiatra español Dr. Vallejo Nájera, quién
de forma divertida y didáctica profundiza en las mentes de personajes históricos diagnosticando, por ejemplo, la verdadera personalidad de Maquiavelo, la
supuesta psicosis de Goya, la epilepsia de Abderrahman II, la enajenación
mental de Vincent Van Gogh, Juana la Loca …etc.
El
autor, con gran sentido del humor, nos muestra a partir de esa selección de
personajes históricos, cómo la estructura psicológica de un personaje del
pasado puede deformarse por la acumulación de falsedades repetidas a lo largo
del tiempo, estableciendo la sutil línea divisoria entre la cordura y la
locura. Excelente libro.
Los
malagueños, únicos en el mundo y lo digo con satisfacción, nos saltamos las sutiles
líneas divisorias expuestas y a la persona que se sale del guión lo llamamos,
por nuestra cuenta y sin encomendarnos a la Ciencia : “majara” y/o majareta y ya en superlativo, “majarón
perdío”, sublimación del término, al
supuesto loco sin remedio.
Estas denominaciones vienen recogidas en el Vocabulario Popular Malagueño, de Juan Cepas con
la traducción de trastornado, ido y loco, dentro del contexto de un verdadero y
rico léxico malagueño, en su mayoría palabras
inventadas, otras procedentes del calé y otras muchas deformaciones de las
existentes.
Hemos de reconocer, para bien o para mal, que Málaga fue muy
pródiga en “majaras y majarones” a partir de la década de los cuarenta del
siglo pasado, teniendo constancia de la existencia de personajes como Matías
Ortega Ruiz, el gran Matías, para mi
y de forma metafórica, el Miguel de Cervantes del siglo XX: Fue militar, herido
y condecorado en numerosas batallas, escritor y poeta, perdiendo finalmente la
razón en lugar del brazo; otro a destacar fue el Lenguas con su dignidad y silencio; el Pecho Lobo, bigote, Ange con su pedrusco blanco y esmerilado de
tanto uso; Mariquilla La Loca
con su perenne clavel
reventón en su cabeza, su cestita, su vestido minifalda de lunares y sus
calcetines de colores…etc.
Sin embargo voy a hacer algunos comentarios sobre majarones menos
conocidos, de segundo orden, pero que tuve la suerte de conocer en mis tiempos
mozos y que me impresionaron.
El primero al que me voy a referir es Joaquín “el perchas”, que se dedicaba al noble arte de la venta de
perchas que él mismo fabricaba, de
madera y alambres. Este personaje pregonaba su género, saco al hombro, en horas
y lugares muy dispares, al grito de: ¡Peeeerch! ¡Vendo peeeerch! dejando a la
concurrencia en espera de que pronunciara la “a” final. Preguntado al respecto,
el hombre contestaba que con lo poco que dejaba el negocio no le merecía la
pena pronunciarla.
Otra majara de los años 60 fue la “Lola Flores del Parque”, a la que creo conocimos todos, denominada
así por su etnia gitana e inicial parecido a la genial Lola y que se deterioró
en poco tiempo. Su rasgo más llamativo eran sus piernas hinchadas y con varices
sangrantes que cubría con abundantes vendas sucias. Se pasaba la vida en el
parque con la mano derecha extendida y gesto lloroso, pidiendo limosna a todo
el que pasaba. Si el interfecto le daba limosna la Lola le rendía casi pleitesía con lectura de
la mano tan típica de las gitanas. Ahora, como no le dieras limosna te
perseguía por todo el paseo insultándote de forma furibunda y con expresiones
tan fuertes que parecían salidas del diccionario secreto de palabrotas de
Camilo José Cela.
Finalmente os comento a mi personaje “majarón” predilecto, el Puto Pedro, cuyo domicilio casi
particular era la iglesia de San Agustín. El apodo, como la mayoría sabéis, se lo
pusieron por la utilización del término “puto o puta” precediendo cualquier
tema de su deshilvanada conversación, sin que nunca supiéramos la justificación
Era un hombre de mediana edad, de talla media, tez cetrina, pelo
entrecano y ojos negros de mirada penetrante. Siempre vestía de chaqueta aún en
verano, homogéneamente raída y de tono oscuro pero de color difuso por la mugre
que acumulaba.
Su característica primordial era su hiperactividad que no lo
dejaba un momento quieto y su debilidad compulsiva, mordisquear las suelas de los
zapatos de los feligreses que estaban de rodilla, provocándoles enormes
sobresaltos.
Uno de sus números predilectos era, cuando había silencio y recogimiento,
dejarse caer a plomo de rodillas con el consiguiente golpetazo óseo sobre la
losa, a riesgo de romperse el menisco,
cosa que nunca se produjo a pesar de la hipersensibilidad del mismo en los deportistas.
Un dicho muy frecuente entre los feligreses era, referido al
personaje, que directamente iba a la Gloria. Todo el mundo manifestaba su señal de
asentimiento porque ¿a qué otro lugar podía ir un personaje así?
La verdad, sin embargo, era otra, porque el Puto Pedro, al
amanecer se levantaba del banco en el le permitían dormir, se dirigía por calle
San Agustín hacia calle Beatas, a la panadería La Gloria , donde, con las dádivas que le daban, se
compraba un bollo de pan, volviendo nuevamente a la iglesia. Una vez allí,
cortaba el bollo y con toda naturalidad ponía los dos trozos sobre la llama de
los candiles de aceite hasta un “tueste al dente” y después introducía el pan
en el aceite, “enguachirnándolos” en el mismo, con posterior y extrema limpieza
de sus manos en los pantalones.
Se dice “que de Madrid al Cielo” pues el “Puto Pedro”
se comía el pan de Francisco González Jaén