Un enorme y altísimo
eucalipto era lo que servía de torre vigía a la tórtolita que día tras día,
espiaba impertérrita los vaivenes constante de nuestro perro labrador
"Napi", alrededor del plato donde cada mañana depositában su comida.
Un solo instante de
ausencia era suficiente para que ella desplegara sus alas, se posase sobre el
recipiente, colmase sus apetencias y bebiese en su bol. Todo ello se
desarrollaba en contados instantes, el fino olfato de "Napi", no
tardaba mucho en detectarlo y sigilosamente al principio y con gran estruendo
de ladridos después, daba muestras de enojo al ver su orgullo mancillado por aquel
intruso volador, lo peor era que esa operación se repetía con machacona rutina
diaria.
"Napi", era
grandote, noble-como corresponde a su raza-,cariñoso y dulce, al que Carlos y
Javier, de 8 y 7 años respectivamente, habían bautizado desde que llegó a su
casa siendo un cachorrillo con el nombre de "Napoleón", no sé con qué
recuerdo de algún personaje quizás de dibujo animado, pero Vivi de 4 años, la
"princesita" de la familia, lo simplificó y le llamó
"Napi", imponiéndose sin oposición de nadie y demostrando haber
aprendido la primera lección práctica de dominio, que como mujer debería
ejercer en adelante.
Dióse el caso, que un día,
al volver los niños de colegio, "Napi", que era capaz de soportar
toda clase de cariños, empujones, abrazos e incluso travesuras y pequeñas
maldades que ellos le infrigieran, - reservaba todo su enojo y severidad para
esa tórtola ladrona-, salió apresuradamente al abrirse la puerta de la casa,
para corretear por el campo de enfrente, ellos sin darse cuenta la cerraron dejándolo
fuera. Esto motivó que la sagaz vigilante, de inmediato y con tremenda osadía,
diligentemente se posara tranquila sobre su acostumbrado sustento, sabedora de
la impunidad de su acción, ya que no estaba su "enemigo", y
propietario.
Fué Javier el primero en
notarlo, en silencio corrió a comunicarselo a Carlos y Vivi y los tres
atrincherados en la cocina y mirando a través de la ventana, observaron como la
intrusa se desenvolvía con una frescura
y atrevimiento imponente.
Como quiera que la hora no
coincidía con el aprovisionamiento diario , el platito apenas contenía unos
restillos de comida, el asalto no resultaba del todo satisfactorio. Se contoneó
mojó sus patitas en el recipiente del agua y con el mayor descaro se enseñoreó
sobre el lugar usurpado.
Ellos comtemplaban
admirados los movimientos de la tórtola y al notar que no quedaba comida
tomaron un trozo de pan que había sobre la mesa, desmenuzaron migas y con sumo
cuidado lo lanzaron cerca de ella, que reaccionó con un intento de elevar el
vuelo, pero al no apreciar presencia alguna, concentró su atención en la comida
que se le ofrecía e inició con soltura y alegría, la ceremonia de dar buena
cuenta del magnifico banquete que tenía ante sí.
Cavilaron ellos en lo
sucedido y cayeron en la cuenta de la ausencia de "Napi", así que
fueron hacia la puerta- allí estaba él esperando- le dejaron pasar y se
precipitó corriendo sobre la tórtola, pero ésta a costumbrada ya a ese juego,
voló rápidamente dejando una vez más desairado al noble perro; el encanto de la
escena anterior se había esfumado en un momento.
Al día siguiente probaron a
repetir la acción, esta vez dejaron fuera a "Napi" expresamente,
ocupando su lugar de observación tras la ventana, ella no tardó en aparecer de
nuevo consciente de la ausencia del molesto inquisidor. Sin recato alguno, se
posó en suelo, miró a uno y otro sitio, vió el plato vacío y se mantuvo
estoicamente esperando su posible regalo.
Ellos esta vez ya se habían
aprovisionado de las migas saliendo fuera para colocarse relativamente cerca de
ella, desde allí le fueron dando la comida, para nada se sintió intimidada,
aguantó su presencia y aquel gesto fué el inicio del pacto tácito de
reencuentro diario entre ellos.
A partir de aquella tarde
cada uno de los integrantes del grupo aceptó su rol. "Napi", se
quedaba fuera, saludaba con saltos y lametones a los niños, estos le
acariciaban efusivamente y mientras él procedía a su corretear libre, ellos
acudía a la cita con ella.
Marivi, la madre de ellos,
conocedora de lo sucedido empezó a colaborar también, ya les tenía preparada la
ración para la tórtola, cuando entraban en tromba precipitándose en la cocina.
Esta vez las migas tenían un atractivo añadido, estaban mojadas en leche. Se
apresuraron a salir con su ofrecimiento y como no la vieran de momento, la
llamaron diciendo ¡toma!, ¡toma!, ¡ven!, no pasó mucho tiempo sin que acudiera,
su descaro cada vez se hacía más patente, comía en sus manos, se posaba en sus
hombros, en sus cabezas, e incluso empezó a hacerse la remolona intentando
quedarse allí, donde era tan bien atendida y cuidada.
En una ocasión la costumbre
y el deseo ferviente del encuentro, hizo que olvidaran de cerrar la puerta
dejando fuera a "Napi", por lo que éste pudo llegar antes de que
ellos le permitiera su regreso, sin que lo advirtiesen, así que se presentó de
improviso estando ella todavía con Carlos, Javier y Vivi, formándose un pequeño
revuelo con los gruñidos del celoso "propietario" de su
sitio. La tórtola de nuevo
elevó el vuelo, y parecía que "Napi" empezaba a admitir la presencia
de la que hasta ese momento era su "rival".
Otra vez Vivi, que oía
decir a sus hermanos ¡Toma!, ¡Toma!, pensó que era ese su nombre y así la
bautizaron, en adelante se llamaría "Thomas".
Su persistencia por estar
cada vez más tiempo en la casa, su insolencia se fué agudizando de tal manera
que un día osó meterse dentro, voló por el salón, enfiló el pasillo que
comunicaba con la zona de los dormitorios y tan campante se alojó sobre el
antiguo armario de los padres.
Marivi al principio no
reparó en ello, pero no tardó en notar que algo extraño sucedía, al descubrir
resíduos escatológicos en el suelo y sobre el armario, siendo su sorpresa
mayúscula al ver tan pancha a "Thomas", mirándola desafiante desde
arriba, así que se armó de un trapo de la cocina y sacudió a la impertinente
"ocupa", que salió tarifando y se colocó de nuevo en su eucalipto.
A partir de ahí se declaró
la guerra abierta entre una y otra, que derivó en una persecución diaria de la
tórtola que no cejaba en su empeño y Marivi que se oponía con todas sus
fuerzas.
Cuando llegaron los niños y
se enteraron de los hechos se mostraron encantados, les pareció muy divertido,
trataron de convencer a su madre para que le permitiera su entrada pero ella no
accedió bajo ningún concepto, por lo que a hurtadillas colocaban algo de comida
sobre el armario para fomentar aún mas la lucha abierta.
Al salir por las mañanas,
para dirigirse a la parada del autobús del colegio, se proveían de algo goloso
para "Thomas", que siempre atenta descendía presta y les seguía
caminando a la vez que comía lo que ellos le ofrecían. El uso se hizo costumbre
y todos los críos del autobús se agolpaban sobre las ventanillas para saludarla
cuando aparecían por la esquina Carlos y Javier.
Cuando subían, elevaba el
vuelo y regresaba por la tarde a esperarlos, no sin antes intentar el ingreso
de nuevo en la casa donde su madre previsora cerraba puertas y ventanas para
impedirlo.
La porfía se hacía cada vez
más insoportable, se transformó en una auténtica pesadilla porque la capacidad
de deposición de aquella criatura parecía imposible para un animalito tan
pequeño. Para desgracia de Marivi y la jovencita "Cari"-la chica que
ayudaba a Marivi en las tareas domésticas- la proliferación de sus heces adquiría
una velocidad superior a la que ellas podían desarrolar en su tarea de
eliminarlas.
La situación se hacía un
tanto insostenible pero sin embargo, el proceso de la espera de
"Thomas" sobre el árbol
cercano a la parada, su descenso a la llegada y el ritual del caminar
unidos hasta la casa no se interrumpió, la mera observación del pintoresco
grupo hacía sonreir cuando menos a todos los que lo veían, la elegancia del
vuelo de aquélla se tornaba en ritmo anacrónico en su deambular por el camino
junto al grupo.
Fueron meses de esa
singular peregrinación, hasta "Napi", pareción aceptar su presencia y
ya apenas la incomodaba, la pícara iba ganando la partida.
Pero una tarde, al bajar
del autobús no estaba ella esperando, se quedaron un ratito mirando hacia el
árbol donde normalmente se posaba y continuaba sin aparecer. La tristeza empezó
a aflorar en el rostro de Carlos y Javier,no tanto en Marivi que creyó haberse
librado de su pesadilla, afloraron distintas conjeturas: se había marchado, se
había cansado de ellos, se había "echado novia",.... sin embargo nada
disminuía su desconsuelo.
La noche se hizo larguísima
para ellos, estaban anhelantes por ver llegar el día y con él su ansiado
regreso, pero la angustia siguió estando presente porque ella no acudió a su
"eterna" cita.
Todos sus amiguitos
compartieron con ellos su tristeza, y por más que la madre trató de consolarlos
se fueron tristes y cabizbajos.
Regresó Marivi haciendo el
camino sola, y al llegar a la casa abrió la puerta llamando a "Napi"
para que entrase con ella, pero como no venía cerró la puerta tras sí, pensando
que ya le ladraría cuando volviese pidiendo le abriese la puerta. Así ocurrió
al cabo de un rato, pero sus ladridos eran desesperados e insistentes, casi
irritantes, acudió ella con cierto enfado por la forma inusual de su
comportamiento, y cuando se disponia a reñirle notó con angustia que
"Napi" portaba en su boca a "Thomas", en principio creyó
que la había mordido y quiso hasta pegarle con el corazón encogido por la
tragedia que suponía, pero "Napi", con las orejas gachas y mirada
sumisa, la depositó con suma delicadeza en el suelo, y cuando ella la recogió
vió con asombro que la herida en la patita no era por causa del fiel amigo,
traía presa en ella una trampa que se había cerrado sobre su extremidad y le
impedía moverse. "Napi" no la había atacado, por el contrario, la
había rescatado de su prisión para solicitar la ayuda de su ama. La reacción
fué de una ternura difícil de relatar, el gesto tan noble de un animal para con
el otro, alcanzaba una grandeza tan grande que es casi imposible de valorar en
seres ¿irracionales?.
Con sumo cuidado liberó a
"Thomas" de su calvario, retiró aquella terrible presa de su patita,
la curo con esmero y olvidando antiguas cuitas, la depositó sobre un mullido
cojín en el que ella con los ojitos cerrados, dormitó no sin antes enviar una
mirada de agradecimiento a la persona que le había prestado su ayuda.
Así se mantuvo hasta llegar
la tarde, a la hora en que normalmente ella acudía a la espera de sus amigos,
se mostró algo alterada, Marivi quiso entender que su deseo era ir de nuevo a
esperarles y accedió a sus deseos, portándola con ella en sus brazos hasta la
parada.
Cuando llegó el autobús
ella enseguida se los mostró, las caras de todos se iluminaron, gritaron de
alegría y tanto Carlos como Javier corrieron entusiamados a verla, ¡Había
vuelto!.
Durante el corto trayecto
hasta la casa la madre les contó lo sucedido, y ellos entre triste por el
suceso y henchidos de gozo por su regreso, corrieron hacia "Napi",
que orgulloso movía la cola presto a recibir el premio de las caricias por su
heróico proceder.
Nunca creyeron ser más
felices en todos los día de su corta vida. Al llegar a casa se abrazaron con
Vivi que ya se había enterado de todo, y gozaron del reencuentro.
"Thomas" habitó
con ellos el resto de su vida.
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