Buenos días
paisano.- Saludé a un Sr. de edad indefinida pero con aspecto joven.
¡Hola
Sr.! ¿Haciendo ejercicio para jubilados? –me preguntó él, sin
moverse ni volver la cara.
¿Cómo
le va hoy? ¿Ha venido alguien a visitarle?. Le pregunté.
¡Oh!
No. Llevo días que nadie viene a verme y, si alguien pasa por aquí,
pasa de largo sin mirarme.
Ahora
le han abierto más la puerta de acceso al puerto; se supone que
pasan más personas.
Bien
dice Vd. Se supone. Los que pasan para el puerto cruzan por el paso
de cebra y ni me miran. Me contestó el paisano.
¿Algún
forastero vendrá a fotografiarse con Vd., como recuerdo de su
estancia en esta ciudad?
Me
tiro meses sin que nadie me haga una fotografía. –Me respondió.
Ud.
Es un símbolo de esta ciudad.
Eso dicen. En todas
las ciudades del mundo colocan sus símbolos característicos en
lugares estratégicos, donde todo forastero lo vea. Pero… es aquí
donde el Ayuntamiento decidió colocarme: tras este muro, que me
impide ver la Plaza de la Marina. Por eso estoy erguido, con la cara
levantada y el sombreo me cae hacia atrás. A veces, siento envidia
de mi contemporáneo que se encuentra sentado al otro lado de la
plaza; con quien muchas personas se sienta a dialogar y hacer
fotografías. Llevándose como único recuerdo típico de su estancia
en esta ciudad. Sin embargo, los tres representantes de Málaga, mis
amigo el Verdiales, el Biznaguero y yo nos encontramos en lugares
de poco transito, donde pocas gentes nos miran y menos visitan. Y
para colmo, tengo el sol a mi espalda que en las cámaras
fotográficas les producen contraluz.
¿En
que lugar cree Vd. que estaría mejor y no estorbara a las múltiples
tribunas de Semana Santa?
Yo
creo que la entrada a calle Larios, en la plaza de Félix Sáenz,
Plaza de la Constitución, Plazas del Carbón, del Siglo, etc. Hay
muchos sitios por los que pasean turistas y forasteros que puedan
llevarse una fotografía nuestra.
¡Aquí
estás más tranquilo! –Le dije.
No.
Me gusta el contacto con mi gente. Recordarles tiempos pasados.
Cuando en las playas sacaban el copo y las jábegas cruzaban la
bahía. El biznaguero inundaba las calles con olor a jazmín. Los
Verdiales, que trasmitían música de fiesta a esos montes que
abrigan nuestra ciudad con sus panderetas, violines, platillos,
guitarras y el colorido de sus sombreros llenos de flores.
Eres
un romántico. Le contesté.
Si.
Soy romántico, porque viví el romanticismo. La época en todo era
natural. No había contaminación en el aire, el sol limpio y las
olas de espuma blanca resbalaban sobre aguas transparente. Donde
abundaban los chanquetes, boquerones, coquinas, almejas…
Ese
tiempo ya pasó. Le dije yo.
Por
eso me encuentro aquí, para recordar lo que fue mi ciudad. Ahora
están mis cenachos vacíos, sin las barritas de plata que reflejaban
su brillo en mi cara.
¿Qué
puedo hacer por ti?- Le pregunté.
Pídale
a nuestro Ayuntamiento que libere mis pies de este bloque de mármol,
que impide acercarme a mis paisanos y forasteros. Pregonando: “Niñas,
llevo boquerones de plata, chanquete, almejas y coquinas frescas;
recién sacados de la playa de la Malagueta”. “A reá la pechá”
Lo
intentaré. Amigo Cenachero.
Adiós,
Sr. No deje de venir a hacerme compañía. Estoy muy solo en este
rincón donde pocas personas pasan.
Amador
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