Picota de Presencio

Picota de Presencio

miércoles, 11 de abril de 2012

MI AMIGO EL GORRIÓN


Advertí por primera vez su presencia con la llegada de la primavera.

Era una mañana tranquila como llama a la que no dé el aire, cuando -como tantas otra-me encontraba inmerso en la lectura de un libro con mis cinco sentidos y el alborotado trinar de unos pájaros sobre un árbol cercano del jardín, hizo que se interrumpiera mi ensimismamiento, para dirigir una mirada inquisitoria de reproche a aquellos pequeños que se atrevieron a romper la calma.

Ellos no percibieron  mi contemplación y siguieron con sus cuitas. Miré con mayor atención y pronto comprendí el origen de su disputa, tres gorrioncillos pintureros, valientes y atrevidos, se disputaban con frenesí no excento de furia, el favor de una pizpireta "damisela" que con saltitos alegres y acompasados, sobre el pretil de la tapia cercana, coqueteaba con  ellos dispuesta a elegir al más fuerte y decidido compañero.

Fué aquello un original, y atractivo espéctaculo, que hizo acrecentar mi atención para satisfacer mi curiosidad de saber cual de aquellos sería elegido, pero enseguida salieron todos volando y no pude averiguarlo.

Algunos días después, un acompasado y contínuo trinar en el mismo sitio volvió a requerir mi interés, esta vez, era un sólo ejemplar el que se pavoneaba altivo, desafiante y exultante sobre la tapia. Hinchaba el pecho, abría sus alas y parecía con ello querer agrandar su presencia.

De entre las ramas del árbol, apareció ella, ágil, ligera, esbelta y a la vez sumisa, se le acercó juguetona y ambos se enzarzaron en un bello juego de amor.

A partir de aquel día, cada mañana movido por mi curiosidad me acercaba al sitio y sin mayor esfuerzo me encontraba con él, siempre vigilante, siempre al acecho. Nos mirábamos pero ambos manteníamos nuestra distancia.

La misma operación repetía constantemente, cada vez acercándome más a él, pero si me pasaba del límite establecido a su permisivo consentimiento,  protestaba enégicamente, sus trinos se hacían más penetrantes intentaba alejarme, pero comprendía su impotencia y levantaba el vuelo alejándose apenas unos metros sin dejar de acecharme, para volver de nuevo a su otero en cuanto me alejaba. Yo no sabía cómo tratar de hacerle comprender que solo quería ofrecerle mi amistad.

Así transcurrían los días y a ella apenas la veía, hasta que mi paciente observación obtuvo el premio deseado. Un frenético ir y venir de ambos llamó poderosamente mi atención, se produjo con una frecuencia matemática, se turnaban en los desplazamientos, cuando él llegaba salía ella, la esperaba para iniciar su próximo viaje hasta su regreso y ambos indefectiblemente portaban alguna ramita u otro material en su pico. La labor era constante e ininterrumpida, no se daban descanso.

Quise mostrar más abiertamente mi intención de acercamiento ofreciéndoles mi amistad, para ello, les proporcioné las mejores migas de pan blando y desmenuzado, en un recipiente junto a un pequeño bol con agua cristalina, que coloqué junto a las ramas por donde ellos entraban y salían,  permanecí no muy alejado para obligarles a soportar mi presencia.

Fué ella elegante y decidida, la que primero aceptó mi oferta, salió, oteó, picoteó un poco, retrocedió indecisa, volvió después y repitió el ceremonial varias veces, hasta que ya confiada, con alegre canto y dulce mirada aceptó mi presencia.

El aún se resistía, me miraba con desconfianza, y casi diría con celos, por haber conquistado la confianza de su linda novia.

Ella venía sin temor alguno, comía y bebía despreocupadamente, quise premiar aún más su confianza añadiendo un suculento postre a su dieta, así que le traje un trozo de manzana que agradeció con sonoros trinos. Se volvió hacia él que seguía observando indeciso y con sus dulces cantos le convenció para vencer sus recelos, se unió a ella por fin. Mi amigo me había aceptado de una forma tan natural como la corriente de un río, como el viento mece el trigo maduro, como el brillo de las hojas movidas por la brisa o como las nubes van pasando.

La alegría apenas podía ser contenida en mi pecho

Pasaron unos días sin grandes cambios hasta que empecé a notar largas ausencias de mi amiga, él seguía siempre firme en su lugar. Ya no iban y volvían, ella se mentenía internada entre las ramas y apenas salía de vez en cuando para acompañarle en las comidas.

Haciendo uso de la confianza a la que me había hecho acreedor, me atreví a proceder aun mayor acercamiento para investigar la causa de sus ausencias, tomé una pequeña escalera y trepé  hasta que pude descubrir su hogar, era un encantador nidito perfectamente construído, en el lecho habían depositado ligeras plumitas sobre las que estaban depositados dos blancos huevecillos, que ella, con dulzura, con delicadeza vulnerable y tierna como los jacintos salvajes, acariciaba, me miró orgullosa. La admisión de mi presencia la interpreté como una invitación a la intimidad de su casa.

Sólo cuando la veía aparecer de nuevo con sus alegres saltitos, me atrevía a asomarme de nuevo a su hogar, entonces el número de huevecillos había aumentado, era como un aviso de su nueva hazaña, sumaban ya, cuatro.

Los espacios de ausencia se fueron aumentando, él en ocasiones abandonaba por escaso tiempo su vigilancia y se adentraba para verles.

Llegó el momento en que observé que cuando ella salía, en vez de comer sobre las ramas, cogía con su pico el alimento y se introducía en el nido. Una vez más me sentí invitado y volví a ver lo que pasaba. Al asomarme, ví cuatro "enormes" picos abiertos amenazando salir del nido ávidos de comer con un apetito insaciable, la madre ayuda por él, no paraban de introducir la comida en sus bocas. Reforcé las raciones y tuve que alternar la lectura con la atención a mis "vecinos".

Los pequeños cada vez hacían más ruido y crecían por momentos, ya ambos padres aceptaban mi presencia sin traba alguna, podría decirse que el concepto de amistad y cariño eran recíprocos.

Unas semanas después, un incensante piar llamó reclamó poderosamente mi presencia y me precipité a visitarles, mi sorpresa no fué menor que mi alegría, al ver a los seis componentes de la familia alineados sobre el pretil de la tapia. Estaban dispuestos a partir. Fué una despedida no por esperada menos triste. Ella con sus ojitos negros y redondos me miró agradecida, él ahueco las alas inchó el pecho y lanzó un fuerte y largo trino, era su despedida era su adiós a un amigo.

Una última mirada un revoloteo alrededor de su hogar y todos partieron  felices hacia su nueva vida, ya no vendría más a mis almuerzos.

Quizás en la próxima primavera, pero... como "las golondrinas que vuelven,... no serán las mismas", aunque en mi corazón lo seguirán siendo, ahora sé comprender su lenguaje y empezaré de nuevo, yo les estaré esperando.

La alegre luz de la vida que iluminó mis mañanas con ellos desapareció, dejando que la delgada luna bicorne asomara tímida entre las nubes del desconsuelo-

EL BARDO

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