Sin una somera exposición de motivos, que diría algún leguleyo, no se entenderían los pequeños escritos que se someten a vuestra benevolente lectura a continuación. Así pues, expongo.
Entre nosotros no es trivial el ritual dominguero, qué aunque suena mal eso de dominguero, es el que ponemos en escena, desde hace ya algunos años, todos los domingos a las nueve en punto de la mañana en el poético, perfumado y afamado local de Platero. Elegante mesa -rococó puro- con mantel de hilo egipcio y servicio de vinagreras de cristal de bohemia, rodeada a su vez de cuatro silloncitos de indefinible estilo, de los que tres acogen nuestras descansadas posaderas –entended que son horas propias casi del amanecer- prestando el cuarto el impagable servicio de ser depositario provisional de periódicos y en alguna que otra ocasión el noteboock de un bardo recién llegado a eso de la informática.
El ritual comienza, no obstante, con bastante antelación. Somos como la terna que tiene cita puntual en la plaza: Aseo cuidadoso, sin mozo ni cuadrilla -los tiempos están jodidillos- y con los trajes de luces en el armario pues toca vestimenta campera. Ya son las ocho y media. Bardo y calvo, o al revés según estén los tiempos, inician el paseíllo camino de la plaza invocando siempre al dios del tiempo que les concedan el privilegio de llegar a sus puestos con algunos minutillos o aunque sean con algunos breves instantes de antelación sobre el veterano de la plaza. Se ha contabilizado, por el secretario de la plaza, solo una vez que esto sucediera. Eso si, bardo y calvo lagrimearon de emoción ante la constatación del infrecuente hecho.
A lo largo de muchos domingos la liturgia fue inamovible. El veterano, que exceptuando una vez, siempre ocupaba su asiento con minutos de anticipación sobre sus dos compañeros de terna, pedía a la solícita y esbelta camarera de impecable uniforme azul su café doble con leche en taza grande y media de churros (tres), extendía su periódico sobre la mesa, azucaraba café y churros y con parsimonia se comía dos, dejando el tercero sobre el plato a la espera de que llegasen los otros dos protagonistas del festejo. Llegados éstos sonrientes y felices, comandaban lo mismo, tomaban sus asientos prefijados por el tiempo y en la espera de ser servidos como ellos se merecen, el calvo sin previo toque de clarines cambia el tercio y liquida como si de un quite a destiempo se tratara -sombrero en mano con tímido gesto de pedir permiso- el tercer churro, no sin antes ofrecer compartir el quite sisado. Total cuatro churros para él, tres pata el bardo y dos para el veterano. Así domingo tras domingo.
Pero algo cambió: la veteranía es un grado y el veterano en la plaza cambió por sorpresa los componentes de su desayuno. Pasó de los churros, solicitó una buena rebanada de pan cateto y manteca con zurrapa para untar, conservando la tradición del café. Por lo demás, el ritual fue el mismo: partir la tostada en tres, untar solamente una parte, reservar las otras dos y esperar periódico sobre la mesa la inminente llegado de los otros dos. El calvo devoró su parte con medio bote de zurrapa encima. El bardo, siempre prudente, hizo lo propio son la suya con mucha menos manteca. Y llegaron sus dos medias raciones de churros. El veterano pidió a cada uno de ellos un churro, y así las cosas comió exactamente igual que sus compañeros de terna: café doble con leche, dos churros y un tercio de tostada. No hay nada como la equidad. Pues no!
En los sucesivos encuentros el calvo, con pica en ristre, intentó por todos los medios recuperar su ventaja y optó por lo fácil: me cojo otro churro y que la cosa quede como antes, tres, dos y uno. Soy producto de la postguerra e hijo de familia numerosa, si no corro me quedo con hambre, confiesa con aplastante naturalidad. Por ser obvio, no es preciso relatar la defensa numantina del bardo sobre el derecho a deglutir el churro en cuestión.
Todo lo anterior dicho suena peor de lo que es en realidad, pues calvo, bardo y veterano han reído más si cabe con las trile que cada domingo se plantea en la mesa. Y fue por el hecho de rematar el toro que se dejo, en un alarde de vanidad y arrogancia, vivo en la plaza el calvo lo que originó que los tres de la terna se mandaran sus estiletes envueltos en papel.
Miklos
Miklos
RIPIOS DE MIKLOS A F.M.O.
¡Místico personaje don Francisco!
Arrebatos florares sufre
Entre estrofa y estrofa.
Cual abeja hacendosa
Busca con parsimonia
Néctar para alimentar su verbo,
Hallando su sustento
En algún que otro desmallado verso.
Atinado el punto, la rima y la flor
Lo lee y relee hasta alcanzar el éxtasis,
Con la certeza
De aquel que se siente preferido
Entre los del parnaso.
Aplausos, elogios, parabienes
Para el poeta
De mirada aguamarina
Y sonrisa esbozada!
No hubo en Hispania
Ni en tierra conocida
Ni en el reino de lo etéreo,
Poeta que encontrara musa
Ni loara
Rosa, gitanilla, lirio
O gardenia….
¡Como Carlos Gardel!
En Platero, entre aromas y otros olores, a 25 de febrero de 2011
Miklos
ESCRITO DE DENUNCIA DE F.M.O.
En Marbella, domingo 27 de febrero de 2011.
!Se ha cometido un delito!
El robo de un churro
¡Mi churro¡
No fue la conjunción planetaria entre Obama y ZP, según la teoría de los “pajinianos”,
Solo fue una maquinación de los, conspiradores marbellíes, urdida por los “capos” conocidos como: El Bardo y Miklos.
¡Ese churro me pertenecía!, y mis ojos comenzaron a lagrimear, ante mi desgracia.
Desde la pérdida de Cuba y las Filipinas no hubo mayor acontecimiento, para un prócer ciudadano, con aspiraciones imperiales. ¡Una tragedia!.
Los conspiradores henchidos, se miraron complacidos, con sonrisas malévolas, por la trama hilvanada, y con gran astucia, me dijeron:
¡No vayas a denunciar a los maderos!, tu figura es más estética con el estómago pegado a la columna vertebral.
No les dí la razón a los cómplices, ni los denuncié a los Tribunales, en éstos se pierden muchas causas justas y nobles, y si gano, en el mejor de los casos, me devolverían el churro a los cinco años, tan “chuchurrio”, como el miembro del que antes “presumía”.
Francisco Muñóz Ortega
RESPUESTA DE MIKLOS CON UNOS RIPIOS
De Machín a Gardel,
De la gardenia a la amapola,
Es el calvo que más mola
Entre las flores de miel.
No nació poeta
Sino pelotero,
Pero andando la vida
Llegó a ser versero.
El veleta destino quiso
Que el gol churrero
En vigoroso verso se convirtiera,
No sin prever
Que del arte no se vive,
Y que para comer
Harina, masa, agua y sal
Buenas manos, sin más talento,
Han de freír muy atentas,
Que el frito quede,
Tan ligero y hueco,
Como búcaro vacío de flor.
El arte del churrero es cálido,
Cercano, pero efímero.
Y un poeta futbolero,
por mor de ser fullero,
no puede competir al instante
con el quiebro que, el bardo ripiante,
da sin cesar al churro de Platero.
Miklos
RIPIOS DEL BARDO EN CONTESTACIÓN A LA DENUNCIA:
EL CHURRO
Aves pululan el cielo, sobre
agua, trigo, mar y olivar.
El jilguerillo pinturero, en el dorado trigal
el gorrioncillo pizpireta, en el verde olivar
el martín veloz, en el arroyo es pescador
y la blanca gaviota, sobre el mar no se agota.
Con esos componentes,
la transformación es imponente
hasta el calvo que más mola
olvida rosa, clavel y amapola
Dejando su condición de versero
miró con ojos de deseo y desespero
el nutrido plato, ramillete churrero
y ahí se acabó el caballero
En tan delicado momento
pareció sonar un lamento
ser un halcón se imagina
y en sus garras los hacina.
Su osadía es tan grande
que no respeta el talante
el asombro del percance
a Bardo y Miklos dejan en trance.
Ni hubo robo ni hubo inquina
sólo afloró intuición repentina
Como Bardo precavido
acudí con presteza
a conservar mi pieza
la suya la había comido.
Con quiebro futbolero
incluso al son del bolero
a Machín o a Gardel tolero
pero perder el churro... eso ¡¡¡No quiero!!!.
EL BARDO.
NOTA DEL AUTOR: el "NO QUIERO", dicho con desesperación, tristeza, acritud y agotamiento. STOP.
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