Allá por los años setenta de la pasada centuria, se estrenaba ésta película de ciencia ficción-thiller (cine de anticipación, diría yo), con el título de “Cuando el destino nos alcance”. Situaba la acción en 2022, doce más a partir de hoy, lejana fecha especulábamos entonces, muy próxima la sentimos ahora.
Richard Fleischer, director del film, creó un ambiente agobiante y desolador: Nueva York con cuarenta millones de habitantes, la mayoría de ellos sin viviendas medianamente habitables, hacinados en escaleras, patios y terrazas, envueltos por una irrespirable atmósfera producto del calentamiento del planeta, sin la libertad de movimientos que permitiese desplazamientos fuera de su entorno multitudinario. En definitiva, plasma en la cinta, a través del relato, el crudo retrato de la espantosa profecía malthusiana. Las granjas de productos naturales eran vigiladas, por su peculiar valor estratégico, como si de centrales nucleares o de importantes bancos se trataran. Sus producciones eran destinadas al consumo de las clases privilegiadas, que las había, mientras que el común de los ciudadanos se alimentaba de productos prácticamente sintéticos. Comer un filete de carne o una simple lechuga era impensable. Describe un mundo sin moral aparente, que por ende pone al descubierto el fracaso del estado del bienestar.
Charlton Heston ( en el papel del policía Robert Thorn) y Edward G. Robison (Sol Roth, el viejo y amigo de Thorn, que vive en el recuerdo de lo que fue y ya no es), ambos compañeros de habitación, son el contrapunto, el lado bueno de una sociedad sumida en la desolación. La muerte voluntaria está primada: el que quiera no tiene más que presentarse en el lugar habilitado para facilitársela: El Hogar. Te proporcionarán una dulce muerte y dejarás de comer las galletas Soylent Green para siempre. Menos el bienestar, todo estaba previsto en ese estado todo poderoso y opresor.
Soylent Green, nombre comercial de las galletas que eran fabricadas con harina humana. La masa de cadáveres era procesada para el mejor alimento del pueblo. Es el descubrimiento de este hecho por el policía bueno lo que incita al viejo evocador, en su horror, a visitar El Hogar, en donde es recibido con el mismo cinismo y protocolo que reciben las funerarias de hoy y, en una escena sublime, pide morir con el concedido deseo de ver el mar proyectado en una pantalla, tomar una lechuga servida como la serviría el mejor restaurante de su época (según creo recordar), oyendo con un sonido envidiable la Patética de Tchaikovsky y la Pastoral de Beethoven. Perfecta envoltura para la eutanasia.
Estamos en el 2010, acercándonos al 2022, y algunos de los planteamientos de “Cuando el destino nos alcance” se van manifestando en nuestra sociedad. Hoy la llamamos Muerte Digna, aunque las galletas que nos gustan son en parte de harina vegetal (eso espero al menos). ¿Llegaremos al 2022 con la misma nomenclatura?
Recomiendo que veáis la película Soylent Green, y si ya la habíais visto que la revisioneis. Por mi parte, otro día volveré sobre el estado del bienestar.
Miklos
Se habla de Rollo y Picota, el primero como atributo de la jurisdiccionalidad de las villas españolas;el segundo La Picota, era el instrumento material de aplicación de las penas. marcadas en las sentencias emitidas. Este Blog desde una perspectiva intelectual y amable, tratará de hacer gala de las dos funciones descritas. Su autor miembro de la promoción de Maristas 57, se presenta con el seudónimo de Miklos.
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