EL ROMANCE
Durante las décadas de los 40 y 50 del siglo pasado, hubo en Málaga un personaje muy popular, una REPUTAdísima meretriz, que tenía el atractivo de manejar muy bien todos los palos del sexo, incluyendo una prodigiosa muñeca con ritmo y cadencia, que hizo las delicias de una multitud de jóvenes, adultos y ancianos.
Como supondréis, me estoy refiriendo a MARÍA LA CONEJA, llamada así por mucho malagueños y por otros muchos y muchas, DOÑA MARÍA a secas, en señal de respeto y cariño por el buen corazón que tenía, ayudando a muchas familias indigentes a llevarse algo caliente al estómago y especialmente por convertirse en la adalid y defensora a ultranza de los entonces maricones, hoy día denominados homosexuales o “gays”, que lo pasaron muy mal con aquel régimen.
María la coneja fue una obrera autónoma del sexo, sin casa de prostitución ni “madame”, es decir a pecho y demás partes de su cuerpo al descubierto. Su desarrollo laboral, muy intenso, lo ejercía en el Barrio “del chupa y tira”, ubicación en la que tuvo una excelente clientela.
Dicen los entendidos de aquella época, que el número estrella del personaje era la “gallarda”, vocablo malagueño y, por supuesto, recogido en el “Diccionario Popular” de Juan Cepas, que supongo y creo suponer bien, hace referencia a la actitud gallarda de un pene potente, erecto y empingorotado como una serpiente de cascabel. El problema se plantea y creo que a María se le planteó más de una vez con sus viejecitos, cuando el pene se pone cascabelón, triste y mirando al suelo, porque entonces no es un pene gallardo, sino un pene pena, penoso y en esa estamos ¡o no!
Un día de primavera del año 1954, cuando tenía 14 inocentes años, tuve la ocasión de saber quién era María La Coneja.
Recuerdo que Manolo Barranco, con el que me unía una amistad sincera, por cierto, difícil de mantener por su compleja personalidad, me insistió que fuéramos al colegio del Monte, donde tenía una de sus “novietas” y comenzamos la subida por el Camino Nuevo, sin prácticamente edificaciones entonces. En un momento determinado y con los nervios y habitual discreción, me pegó un codazo en el pecho alertándome de que un poco más arriba estaba María La Coneja.
Ésta estaba sentada en el suelo terroso, con la espalda apoyada en la base del monte y las piernas cubiertas por una amplia falda. Cuando pasábamos por delante, con premeditación y alevosía, se levantó la falda, abrió las piernas y nos enseñó su “sonrisa vertical” nombre ideado por Almudena Grandes, aunque yo diría más bien que se trataba de una “carcajada vertical” porque lo puso abierto de par en par. Confundidos, ruborizados y sabor agridulce, seguimos nuestro camino, entre la sorna y risas de la interfecta que así pretendía encontrar clientes juveniles.
Poco tiempo después, tras el recreo y una vez en el aula, el calor primaveral, el sudor acumulado y un olor ambiental impregnado en testosterona y feromonas propios de la edad, me estimuló a escribirle una poesía a María La Coneja. Me puse a la tarea y recordando el poema “A la nariz” de Quevedo que lo habíamos estudiado días antes con el hermano Julio, comencé a escribir mi poesía, comprobando, ya avanzado, que la métrica utilizada era de octosílavos sin saberlo, es decir, que mi espléndido trabajo se trataba de un auténtico romance, que decía así:
ROMANCE A MARÍA LA CONEJA
Érase
una vez un chocho
A una
mujer pegado
Negro,
sucio y pestoso
Y de pelos
rodeado.
No sé si
era un conejo
Quizás
fuera un hurón
Lo que
enseñó el pendejo
Sin duda,
un mogollón.
Nunca supo
la
María
Doña María
la coneja
Que un
romance le haría
A una
vieja tan pelleja.
El romance tenía algunas estrofas más que ahora no recuerdo y comprendiendo que por el tema no me aceptarían el trabajo para los Juegos Florales, tan prolíferos en aquella época, el original, el cuerpo del delito, lo tiré para mi tranquilidad personal y evitación de males mayores.
Para terminar quiero decir, que entre sus adeptos, que los tenía y muchos, tuvieron la intención de solicitar al Gobierno de Franco, que lo otorgaran la Medalla de Oro del Mérito al Trabajo y los más acérrimos, dada su extraordinaria sabiduría sexual, incrementada por la veteranía, querían proponerla para que recibiera la Encomienda de Alfonso X el Sabio. Por lo que sé, Franco no se las concedió.
Conclusión: “Tó er mundo es güeno y hay gente pa tó”
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