Picota de Presencio

Picota de Presencio

lunes, 2 de mayo de 2011

RELATO COSTUMBRISTA

Autor: Francisco González Jaén

Hoy os voy a contar una experiencia, fruto de la observación, vivida en el Rastro de Málaga, ubicado en el paseo de Martiricos, los domingos por la mañana y del que ya hice mención en mi artículo El Pálpito.
Las veces que he ido, pocas, he  intentado analizar el fundamento de ese fenómeno social que moviliza todos los domingos a miles de personas hacia ese recinto, en busca, pienso yo, de aventura consumista, que tiene el atractivo indiscutible de no saber nunca lo que vas a encontrar ni de que forma te van a engañar.
         En mis divagaciones y desde el punto de vista conceptual del negocio, lleguo a la conclusión, tras darle muchas vueltas al  “coco”, su  enorme paralelismo con El Corte Inglés, que llamaremos E.C.I..  ¡No, no os riáis, porque lo voy a razonar!.
         En principio, aunque no está emplazado en  un edificio, tiene su recinto propio, ubicado en un solar perfectamente definido, siempre el mismo, acotado de Este a Oeste por el muro  del supuesto río Guadalmedina y  final de la acera del paseo de Martiricos, lindando por el Sur con el Parque de Bomberos y al Norte con el puente de la Rosaleda, siendo este último. la entrada oficial al mismo, que dicho sea de paso, no recibe a sus clientes con ese desagradable  chorro de aire, estruendoso y maldito, de la entrada al   ECI , no apto para calvos y/o medio calvos, con “alopecia areata” crónica, porque aparte de despeinar los “cuatro pelos” produce una horrible sensación de frío en el cuero cabelludo y algún que otro estornudo.
         Respecto a la distribución espacial de las “mercancias”, nada que envidiarle al ECI :  Allí se encuentran las secciones de ropa de señora y  caballero, de deporte, calzado, alimentación, electrónica,  “menage del hogar”, electricidad, ferretería, antiguedades..., y,  por encima de todo, la sección emblemática: OPORTUNIDADES, organizada por un “marcketing” perfecto y con la previsión, incluso, de que la citada sección  quede al lado del muro, muro bajo, por si en cualquier momento y por circunstancias  ajenas a su voluntad, como puede ser la Policía Local, tiene que saltarlo el personal abocado a ello.
         El género que de alguna forma hay que llamarlo, objeto de todas las codicias,  está exquisitamente colocado y distribuido en atractivos “mostradores de lona, tela de saco y mantas cuarteleras”, posados con delicadeza en el suelo, aunque otros tienen mostradores desmontables de “madera prensada” colocados al efecto, aunque también se utilizan los árboles para una exhibición “bucólica relajante” y todo perfectamente visible y asequible al “manoseo”, esencia del negocio. 
         El personal que atiende, vende y engaña, es de primerísima calidad y más listos que el hambre. Actuan con el público como los toreros de tronío:  Esperan, templan y mandan,  pues desde el momento en que uno se acerca al “chinchán”, el encargado ficha e identifica al posible comprador en escalas perfectamente establecidas: ¡A éste le meto el “pufo”!. ¡ Este no me compra ni una escoba!. ¡A ésta  la tengo que “engorilar” porque es una “trápala”!.  Su psicología, la de la calle que es la buena, no tiene parangón con la que pudiera enseñarle el inefable y desaparecido Dr. Vallejo-Nájera o el mismísimo Freund.
         Otrosí, diferencia importante, el personal no va perfectamente trajeado y con corbatas rabiosas  ni hay señoritas uniformadas, maquilladas y elegantes y por supuesto no se observa el característico comportamiento monoclonal de altos ejecutivos.
Allí predomina la ropa informal y a ser posible, la “terna de escaqueo” para pasar desapercibido. ¡Ah! y con ojos hasta en el cogote porque el que “pestañea, pierde”... ya que entre tanto “manoseo” algun artículo puede ser “afanado”. ¡Bonito es el ambiente!.
         Respecto a la climatización esta es absolutamente natural ¡como debe ser!   Allí se pasa frío en invierno y calor, calor sofocante, en verano y no al contrario, como suele ocurrir en el Centro de referencia, que en invierno, cuando se sale a la calle  completamente “caldeado” se puede coger una  pulmonía y en verano,  hay que entrar con abrigo o si no, se ponen los vellos de punta, sobre todo al mediodía que hay poca gente.  
         En relación al olor ambiental he de decir, rotundamente, que es de una “definición perfectamente definida” y perdonadme la redundancia. En ese recinto se identifica en todo momento a qué se huele:  “bajeras” que han hurtado el bidé por la ansiedad y el frenesí de las compras; a axilas...¡ que leche de cursilada!... a “alerones” , a “sobaqueras puras y duras”, y todo ello adobado con un exquisito olor a “pinreles”, reos de los perennes tenis, calzado oficial y obligatorio para el “vía crucis”,  aunque todo ello, dicho sea de paso, también ocurre en los mejores almacenes en los días de rebajas. ¡Lo he comprobado personalmente!
Entre esas disquisiones, llegué al lugar deseado y una vez aparcado el coche, no sin ciertas dificultades de espacio, me dirigí, reconozco que con premura, hacia la Puerta Grande, accediendo directamente a la sección Oportunidades, en la que materialmente “me introdujo en volandas” la ingente muchedumbre que ya se encontraba allí.
         Comencé a observar el repertorio: Grifos repletos de cal; llaves inglesas de todo tipo y casi todas mohosas; gafas de sol de purito plástico, otras graduadas con monturas “del año la pana”, en cuyas patillas llevaban ya incorporadas, por gentileza del vendedor, pase oficial para  oftalmólogo de cupo; radio-casettes  a mantas o mejor dicho, “en las mantas”; teclados de ordenador de los primeros “Spectrum”; botas de caza, motores de lavadora, cajas y cajones de metal, madera o cartón pintado, revistas y películas “pornos” con títulos tan atractivos como “La perseguida hasta el catre”   o  “Calientes  y sádicas”, que dicho sea de paso, también tenía su público.... ¡Había de todo!.
         Al llegar al sexto o séptimo  “stand” de los pegados al muro, observé entre tanto “cachivache”, la atenta mirada de los tres vigilantes del negocio, que me impresionaron: A mi izquierda se encontraba un “joven envejecido”, casi sin dientes con la mirada perdida de “porreta”,  aspecto de desgraciado y enorme voluntad de agradar al  que ocupaba la posición central, que parecía el dueño.
         Este, de mediana edad, unos 50 años, pelo negro intenso, labios gruesos y nariz aguileña, era, como podéis suponer, gitano de pura cepa,  con abultada  tripa en la que llevaba la correspondiente “riñonera”, que, según mi criterio, debería llamarse “barriguera” o “tripera”,  porque todo el mundo la lleva ahí.
         Este señor daba en todo momento sensación de competencia, de seguridad, de que mandaba y lo sabía todo: “¡Niña, llévate eso que es un regalo!”. ... “Vale mucho más, pero...” o  “Es una pieza única... (¡cómo no!). Era el clásico gitano que va por la vida diciendo siempre: “¡Sabré yo!”, actitud que adopta quién piensa que nadie “se la va a pegar” y después se la dan todas en el mismo sitio. 
A su lado y a mi derecha  estaba una señora, “su señora”, con aspecto de “vieja rejuvenecida”, maqueada, pintada, pelo oxigenado y siliconada, ataviada con  “short” cortos muy apretados, pechera abundante muy apretada y abdomen prominente no apretado, con su correspondiente “riñonera/tripera”,  adonde iba a parar todo el dinero que entraba, pudiendo comprobar que la que realmente mandaba allí a la “chita callando” era ella.
Estoy seguro que esa señora,  siliconada y semi-apretada,  por “bajini” miraba al ¡Sabré Yo! y para “sus adentros” se reía pensando: “¡ Yo si que sé !”.
         Tras esa experiencia, continué el periplo por “La calle mayor” intentando encontrar alguna cosa que pudiera interesarme llegando hasta el Parque de Bomberos, donde está  ubicada la exposición de “Antiguedades”.
         Allí observé cuadros con la pintura aún fresca  que correspondían, según la vendedora, al siglo XIX, destrozando sin paliativos las variables de “velocidad” y “tiempo” de la Teoría de la Relatividad de Einstein,  por  el anacronismo que supone  la velocidad con que fueron  pintados  y su falta de correspondencia en el tiempo. 
         Otros cuadros, sin embargo, eran viejos pero, al igual que los personajes descritos, rejuvenecidos con aceite de linaza y barníz.
Como me gusta la observación, inherente por otra parte a mi trabajo, tuve ocasión de vivir la anécdota que relato a continuación, que es un verdadero “ pasillo de comedia” con toques taurinos típicos  “made in Spáin”.
         Mientras me encontraba en la “exposición” vi como un anticuario gitano,  “calé puro”,  conocido mio, acompañado de un amigo “payo” para despistar, se acercaron a "ojear las antiguallas”.
         En un momento determinado, el “payo subalterno”, previamente aleccionado e instigado por el “maestro calé”,  situado en la esquina y lejos de él, llamó la atención de la dueña, también “calé”, con “capotazos de tanteo” , interesándose por el precio de un cuadro grande, algo deteriorado, cuyo lienzo tenía como motivo un lance taurino: Un torero dando “una verónica” a un toro saliendo de la “pica”.
         La vendedora, “negra zahína”, “playera”, “astifina” y “chorreá de tanto sudá”,  de buena casta,  le “entró  al trapo por derecho”,  dándole un precio  razonable.
         El subalterno, ante las señas de regateo del maestro, en lugar de verónicas, comenzó a darle "mantazos bajos de castigo" para humillarla:
- Eso es muy caro.., está mal "retocao".....,etc. ¡Te ofrezco "dos talegos"!.
La vendedora, sin perder la calma, le contestó:
¡ Vaya... que estoy aquí  " pa regalá"  la mercancía !.
         El otro, con la pretensión de presionar, cambió al  tercio de banderillas, se contoneó, compuso armónicamente la figura y a los “sones estridentes  de Los Chichos del puestecillo de al lado, le  colocó dos alamares al revoleo" y  con recochineo, le dijo:
- El cuadro no vale un duro y si quieres... ¡ te lo metes en el cúlo! (Textual) 
         Esta vendedora, en el centro del ruedo, humillá, hería, airá, al levantar  sus "ojitos de perdíz",  reconoció al  maestro calé en la esquina haciendo señas a su compinche, e inmediatamente " se mordió  la corría", siendo en ese justo instante cuando  "la calé caló al calé" y sin pensárselo dos veces, hincó "los cuartos traseros en el albero", iniciando una carrera frenética hacia el, quién, "piernicorto", "fondongón" y sin reflejos con la muleta, recibió una terrible "embestida, revolcón y pitonazo" de doble sentido:
- ¡ O te vas p´arriba o p´abao, so hio puta, pero véte ya!. ¡Que no “t´eche e´loo encima", mamón, que te tengo mu calao!.
El "toreador",  abrumáo, caláo y cagáo, se metió como pudo en el "burlaero" del callejón, entremezclado entre los aficionados,  consiguiendo huir despavorido, despreocupándose de la suerte de su "monocuadrilla", el subalterno payo, que a su vez era amigo, testaferro y  “Bis de Tocomocho". 
Para finalizar, quiero expresar que la observación del comportamiento humano es una fuente inagotable de vivencias, cuyo aprendizaje, con el tiempo, se transforma en un patrimonio, como el que os he narrado hoy.

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