Picota de Presencio

Picota de Presencio

miércoles, 8 de junio de 2011

LOS IMPONENTES




















Autor:Francisco González Jaén
Según estadísticas demográficas realizadas tras la Guerra Civil se puede comprobar que los nacimientos en el año 1940 fueron el doble de los acaecidos durante los tres años previos de guerra, resultados, por otra parte, previsibles y de una lógica aplastante.
A los que nacimos rondando aquella época, nos llamaron “los niños de la postguerra”, denominación con marcado acerbo peyorativo, que para ser sincero, correspondía con la realidad por las dificultades y el hambre que caracterizó aquella época y que afectó a la sociedad en general.
Sin embargo, según mis reflexiones,  los que estamos aquí, podemos decir sin lugar a dudas, que fuimos una generación muy afortunada en base a dos variables exógenas: el azar y la cronología.
El azar permitió, en primer lugar, que nuestros padres decidieran matricularnos en el Colegio de los Hermanos Maristas y aquella decisión no solo fue acertada si no que marcó nuestras vidas de una forma enormemente positiva.
Otra influencia del azar fue que, por una posible conjuración de todos los dioses del Olimpo, coincidiéramos en el mismo curso un conjunto de personas de tanta calidad humana e intelectual que, tras el paso de los cursos, cada vez nos sentíamos más unidos, más identificados, aún con nuestros defectos y virtudes, estableciéndose una amistad tan profunda que ni nosotros mismos éramos conscientes de su intensidad, ahora afortunadamente al descubierto.
Cuando los que formábamos parte de esa promoción del 57, salimos al mundo como pajarillos indefensos, llevábamos en nuestras alforjas un excelente patrimonio inculcado por esos sacrificados hermanos que nos imbuyeron durante años unos valores morales, como la honradez, la disciplina, el espíritu de sacrificio y la competividad, que nos han acompañado toda la vida.
Después, cada uno de nosotros siguió su camino, pero todos nos volcamos en estudiar, prepararnos para conseguir un porvenir y ser “hombres de bien”, consigna de la época y la mayor ilusión de nuestros padres.
A los 25-30 años y aquí influye la cronología a la que hacía referencia antes, estábamos todos trabajando porque había trabajo para todos, dado que España estaba hecha unos zorros y hacía falta gente preparada como lo éramos nosotros. Y a los 35 años estábamos en la cresta de la ola, con prestigio, recibiendo el relevo de nuestros padres o en vía de ello. Nos casamos, tuvimos hijos y con nuestro trabajo, esfuerzo y pago de nuestros impuestos, colaboramos como jabatos en la reconstrucción de España.
Teníamos, eso si, una asignatura pendiente que era la experiencia sexual de la que carecíamos casi todos, pero la verdad, con tanto estudio y tantas asignaturas aprobadas, ésta no nos fue especialmente difícil de superar, de forma que en poco tiempo nos adaptamos a lo bueno, que lo era y nos erigimos en los machos ibéricos del momento, auténticas “fieras” que nos desenvolvíamos muy bien entre las sábanas, pudiendo decir que esta última asignatura la sacamos con matrícula de honor.
La cuestión es que nuestra promoción, por méritos propios y el de nuestros educadores, fue excelente, ejemplar, y en términos generales, se podría denominar sin sonrojo, como una promoción IMPONENTE. Los niños de la post-guerra nos transformamos en hombres IMPONENTES.
Con el paso de los años, se ha ido produciendo un fenómeno lingüístico de marcada repercusión en nuestras vidas, representado por una simple e insignificante sustitución de la letra “n” intermedia de imponencia por una “t”, de forma que aquella promoción de imponentes, actualmente nos hemos transformados en una promoción de impotentes, entendiendo, eso sí,  por impotencia, las limitaciones, óbices, cortapisas o valladares, propios de la edad, que nos impide hacer cosas que hasta hace nada hacíamos con naturalidad.
A partir de ahora voy a hacer referencia a tres limitaciones que me parecen las más transcendentes en nuestras vidas cotidianas: la conducción, la desmemoria y la impotencia sexual, sin mirar a nadie en especial.                       
La conducción segura del coche se basa en una visión correcta y buenos reflejos. Es un hecho que nuestra visión deja algo que desear aún con gafas correctoras. En relación a los reflejos, tenemos que ser conscientes de la pérdida más o menos intensa de los mismos, lo cual aumenta notablemente nuestro índice de riesgo al volante. Dentro de nada, si la economía nos lo permite, tendremos que contratar a un Anselmo o Damián, nombre típicos de chóferes, para que nos traiga a estos y otros eventos.
Por otra parte, las carreteras de hoy, aún siendo más modernas, tienen tal cantidad de señales e información, como cartelones con muchas direcciones, flechas, salidas… que requieren una enorme concentración para tomar la decisión adecuada en todo momento y no despistarse, como nos ocurre frecuentemente.
Mi hijo que es un cachondo, consciente de ello, me ha proporcionado un Tomtom, con la voz de Chiquito de la Calzada que entre hipidos y risas entrecortadas, me hacen el viaje muy agradable. Sin embargo, como me pase de una salida se pone insultante y comienza a soltarme su verborrea característica: ¡Cómol! Torpedo, hi..hi..hi. te has pasado la salida, pues ahora te jodes. Finalmente me lleva al lugar deseado aunque con un puteo constante.
Por cierto, Pepe Viano, leí tu artículo “Ausencia..Presencia…”, y, aparte de reírme un montón, tu descripción del viaje que hicisteis creo que justifica este apartado.
En relación con la desmemoria o mejor, con los lapsus lingüísticos, he de decir que tiene una doble vertiente: una, la incomodidad y frustración que provocan el olvido transitorio de determinadas palabras, pero sobre todo, y en segundo lugar, la preocupación que produce a nuestra edad por la posibilidad de que se esté instaurando un proceso de Alzheimer.
La memoria lingüística, a diferencia de otras memorias como la cognitiva, tiene un recorrido distinto: La información adquirida se localiza en el lóbulo parietal izquierdo con carácter acumulativo, pero es el lóbulo frontal el que tiene la capacidad ejecutiva, por lo que los dos lóbulos tienen que estar en perfecta  intercomunicación.
Con los años, aparte de acumular una enorme información de la que es más difícil extraer determinadas palabras, la intercomunicación se hace más lenta por la disminución del número de neuronas y el decremento de los neurotransmisores lo que justifica esos lapsus que tanto nos incomoda.
Por ello, y para mayor tranquilidad de todos, voy a proponer unos test caseros de enorme utilidad práctica.
1º ¿Recordáis con facilidad los nombres de las personas que os deben dinero? Si el test es positivo tenéis buena memoria cognitiva a corto y largo plazo.
2º Estéis donde estéis ¿recordáis el camino de vuelta a casa, sobre todo a la hora de comer? Si volvéis sin dificultad vuestra memoria orientativa es espléndida.
3º Si,  en el caso hipotético en que os den a elegir fajos de billetes de curso legal, unos violetas y otros marrones, escogéis los “bin laden”, no solo no sois daltónicos, sino que la memoria monetaria es excelente.
En conclusión, si estos test han sido resueltos brillantemente, la verdad, podéis olvidaros, olvido en este caso voluntario, de que padecemos el Alzheimer.
Y ahora vamos a tratar el tema emblemático, el de la impotencia sexual, denominado en los tratados de Medicina como “la imposibilidad de realizar el coito”, cuyos sinónimos populares son: polvo, quiqui y casquete y un antónimo demoledor, el “gatillazo”.

El vocablo coito, por cierto, excelsa palabra, proviene del latín “co iter”, cuya interpretación literal es “marchar juntos” o “correr juntos”, significados que no pueden ser más expresivos del acto. Hay que aclarar, sin embargo, que para que pueda ser realizado tiene que venir precedido por dos fases previas: la libido y la erección.
La libido o deseo sexual, está representado por ciertas fantasías eróticas que, a través de los sentidos, ver, tocar, palpar, oler…etc. son posteriormente transmitidas al cerebro al que pone como una olla exprés. En relación al gusto sólo diferenciar sus dos fases esenciales: el “gustazo” en aumentativo y el “gustirrinin”, que sin dejar de ser agradable, sabe a poco.
El siguiente paso es el de la erección, proceso mágico, que, como si fuera un truco de circo, “nada por aquí nada por allá”, se produce la levitación, que representa nuestra seña de identidad, que por cierto, no tiene que realizar la mujer. Nosotros, ante cada acto, tenemos que demostrar la prueba del algodón, es decir, la erección y cuánto más alta esté más eficiente es nuestro poderío.
Finalmente voy a desarrollar lo que en términos populares se conoce como “gatillazo” que es, en términos clínicos, la pérdida súbita de la erección, o sea, la muerte súbita, el “tie-break” tenístico aplicado al pene. No exagero nada denominando el “gatillazo”  como “un desastre catastrófico con visos de hecatombe” que destruye la auto-estima del hombre y lo pone en situación de alto riesgo psicológico. Ante tal hecho, mucha paciencia y confianza en una pronta resurrección del cadáver transitorio, porque es que no hay más.
Y para terminar, decía Arquímedes tras el descubrimiento de la palanca y en plena euforia científica: “Dadme un punto de apoyo y levantaré el mundo”. No es mi pretensión levantar el mundo porque lo considero una chulería, yo lo único que pido y creo que vosotros también, es un buen apoyo, es decir, una “apoyadura” y todos contentos.  

LA PAZ ES AMOR


Dejé el coche bien aparcado  junto a la carretera. Recogimos los aparatos  topográficos. Cuatro hombres me acompañaron a medir una finca cuyas lindes recorrían la cima de la sierra. Sin darnos cuenta, encumbramos la parte más alta, que coincidió con la hora de comer. ¿Quién bajaba a comer, un desnivel de más de cien metros, y volvía a subir andando?
Así que decidimos, el propietario de la finca y yo, ayunar hasta que la luz del día nos permitiera. Los operarios que nos acompañaban se llevaron consigo su propia comida y agua. Cuando vieron que los dos no llevábamos  ni un mísero bocadillo, nos invitaron, bajo la sombra de un árbol, compartir sus viandas.
Estando en ello, surgió la conversación de lo que sus respectivas esposas o parejas les habían puesto en sus portaviandas. Uno de ellos dijo de otro, que era su cuñado:
--“Y éste que ha dejado a su mujer, que es guapa y hermosa, y a sus dos hijas y se ha ido a vivir con una mujer que ha sido puta toda su vida, fea y con cuerpo delgaducho. ¡Valiente desgraciado!”.
 Todos los que oímos semejante reproche nos quedamos petrificados esperando la reacción del ofendido.
El cuñado, que había permanecido en silencio, con toda tranquilidad le contestó:
-- “Sí, es cierto, me he ido a vivir con una mujer que era puta, es fea y delgaducha. Tú sabes que cuando convivía con mi mujer estaba amargado, como tú. Después del trabajo nos íbamos a las tabernas, bebíamos hasta que le echábamos valor para presentarnos en nuestras casas, dispuestos a soportar el espectáculo de nuestras respectivas mujeres: con la bata vieja, despeinada, oliendo a comidas sin sal,  mis hijas tumbadas en el sofá, con los moscones de turno pendiente de cogerle las tetas;  mi mujer, con cara de loba, gritando, me reprochaba mil y una queja”. Vivía amargado. Mejor dicho: no vivía.
Mostrando su cesta de mimbre, continuó diciéndole a su cuñado:
--“Compara con la tuya lo que me ha puesto de comer la ex puta,  ha cuidado hasta los pequeños detalles. Antes, como tú ahora, traía al trabajo comida hecha del día anterior o sobras. La puta se ha levantado esta mañana para hacerme la comida para que esté lo mejor posible a la hora de comer,  como si fuese un restaurante caro. Cuando termino el trabajo me voy a mi casa donde ella me espera arreglada, con la ducha preparada y un aperitivo en la mesa. Dispuesta, por si  me apetece, salir a dar un paseo. Siempre dialogando, con palabras cariñosas, sin gritos, sin reproches…, me pregunta por mi trabajo, se preocupa por todos los detalles de la casa, humilde pero limpia. Ahora estoy viviendo. Ella, por su vida anterior, sabe como yo,  lo que es una vida llena de reproches, humillación y soledad”. ¡Los dos sabemos lo que eso significa!
Todos los que allí nos encontrábamos oyendo lo que este hombre decía, permanecíamos  en silencio, nadie se atrevió a decir una palabra. Todos examinábamos nuestras vidas. Marcados por las palabras de un humilde peón, proseguimos nuestro trabajo.
La vida es mejor sin reproches, sin malas caras, con dulzura, con diálogo, con cariño... No hace falta el amor, solo  paz. Porque la paz es amor.
Amador