Hoy al
sentarme a escribir, quiero dejar volar mis sentimientos y liberar mi corazón,
para plasmar los impulsos de uno y los
pálpitos del otro sin atenerme a reglas ni signos. Después quizás al releerlo
intente dar conexión y forma a lo que brotó espontáneamente.
Quiero zambullirme en la certidumbre de
que, realmente cuando uno nace empieza a morirse, quiero creer que ese proceso
forma parte de la vida misma, por ello, quiero pensar que el efímero tiempo de
paso en el que transitamos por ella, no es más que un regalo puesto a nuestra
disposición, cuyo fin es ir acumulando méritos en nuestro ser para alimentar el
alma, única sobreviviente real que nos llevará a la otra dimensión.
No debe causar pena ni tristeza el fin material, no se debe manifestar pesar
por su despedida, la frontera entre lo uno y lo otro se materializa a través de
un simple muro virtual, cortina
transparente y sutil, a la que todos acudiremos y que, en el momento oportuno
habremos de atravesar dejando atrás ese cuerpo que, portando el espíritu no es
más que un pasaje para sólidos y líquidos.
Por
ello, a un lado de ese muro quedará el “soporte” utilizado, para que pueda
volar libre y feliz el verdadero valor del ser, la verdadera esencia de la vida
su alma que, liberada de ese lastre, pasará al otro lado etéreo y luminoso para
completar su ciclo hacia Dios.
Hemos de pensar que ese paso es de paz y
gloria, fue puesto a nuestro alcance como premio, nunca lo contrario, esa
transición lo es hacia algo mucho mejor, ¿Acaso no provoca el afloramiento de
los mejores sentimientos en sus seres más cercanos y amigos?.
Y a pesar de eso, siempre los que siguen esperando
piensan que, “quizás se fueron demasiado pronto”.
EL
BARDO.